Guerra de Coto: primera parte

En febrero de 1921, apenas enterados de que un regimiento tico había invadido el poblado de Coto, los panameños se aprestaban a defender su patria.  Tres mil voluntarios se alistaron en la primeras 24 horas

Los rumores habían estado dando vueltas durante varios días, pero nadie había podido confirmarlos. Decían que el ejército tico había invadido las tierras de Alanje, en la provincia de Chiriquí, cerca de la frontera.

Fue el día 24 de febrero, cuando el cónsul de Costa Rica en Panamá, Tomás Jácome, lo confirmó:  el 21 de febrero, 75 soldados costarricenses habían llegado a Pueblo Nuevo de Coto, un poblado insignificante en los límites entre Panamá y Costa Rica.

«Ríndase y acepte el dominio costarricense», había exigido el coronel Héctor Zúñiga al inspector Manuel Pinzón, de la policía panameña en Coto, un pequeñísimo poblado  dedicado al cultivo de caña y coco.

‘Puede hacer lo que quiera, porque estoy sin remedio’, habría respondido el inspector policial, según relatara el mismo días después a las tropas panameñas que acudieron hasta la frontera a defender el territorio en disputa.

A estas también les había contado Pinzón como tuvo que bajar la cabeza cuando cómo los invasores arriaron la bandera panameña y enarbolaron la suya propia.

En la ciudad de Panamá, apenas se supo la noticia contada por el cónsul, los panameños espontáneamente dieron rienda suelta a sus emociones para  realizar  una de las manifestaciones más singulares de patriotismo que recuerde la historia republicana, organizada por  un grupo de jóvenes profesionales, entre ellos el doctor Harmodio Arias, el doctor Aurelio Dutari, el doctor Ricardo Morales y Luis F. Clement.

Poco esfuerzo hubo que hacer para sacar a las gentes de sus casas, pues los istmeños de todos las  gamas sociales, económicas y geográficas se sentían  inflamados de amor patrio.

Ese mismo día, a las cuatro de la tarde, una nutrida marcha encabezada por policías a caballo y distinguidos caballeros de todas las afiliaciones políticas tomaba rumbo a la Presidencia, de acuerdo con la versión de los hechos de La Estrella de Panamá, en su edición del 25 de febrero de 1921.

A medida que la marcha avanzaba por la Avenida Central, cientos de personas se unían, portando banderas que hacían ondear sobre sus cabezas.

Mujeres, niños y ancianos los vitoreaban desde los balcones y aceras.»Viva Panamá». «Abajo Costa Rica», gritaban todos, según la versión del  mismo diario.

Al pasar frente a la Plaza de Santa Ana, se les unió la Banda Republicana.

Al llegar a la estación del ferrocarril, la banda de los bomberos se colocó al final de la multitudinaria fila, que ya alcanzaba las 5 mil almas.

«No nos vencerán, fuera el invasor», gritaban la multitud, que atiborraba la calle.

En el balcón de la Presidencia, los esperaba solemnemente el presidente Belisario Porras, escoltado por los secretarios de Estado y algunos funcionarios públicos.

Ya reunida la masa de gente alrededor del edificio principal, la algarabía se tornó en profundo silencio mientras tomaba la palabra el abogado Domingo H. Turner. 

‘Estamos ya enterados de la verdad, señor presidente… esta manifestación viene a demostraros el alto sentimiento patriótico del pueblo panameño. Es el momento de que digáis al país vuestros propósitos y probéis vuestro patriotismo; si procede como patriota, podréis rodearos de un nimbo de gloria; de lo contrario, os cubriréis de las sombras más tenebrosas del oprobio», anunció Turner en su oratoria florida.

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Todos los ojos estaban puestos sobre Porras, de quien no se entendía que durante tres días guardara silencio sobre los hechos. Además, se sabía que él había vivido varios años en Costa Rica y estaba casado con una dama de aquel país.

Pero la respuesta de Porras no dejó lugar a dudas: ‘En representación de mi gobierno yo acepto esta manifestación de adhesión», dijo, según la versión de La Estrella de Panamá. 

«Como dice el poeta, por nuestro país debemos sacrificar salud y vida y riquezas, padre y madre, esposa y niños, amor y honor y cualquiera que la bondad de Dios nos diera’, añadió  dramáticamente desde el balcón de la Presidencia.

«Comenzando hoy, cada ciudadano deberá registrarse en la Alcaldía para la formación de fuerzas militares», continuó.

El entusiasmo agitaba a la gente, que según los recuentos de los presentes, no dejó de aplaudir durante 10 minutos, mientras las dos bandas presentes se unían para tocar el Himno Nacional.

No se había terminado de dispersar la manifestación, cuando unos mil de los presentes, al grito de «Abajo Costa Rica», se dirigían hacia el consulado de aquel país a tirar piedras y echar abajo el escudo de armas colocado en la fachada.

Mientras, cientos más concurrían a las oficinas públicas a ofrecerse como voluntarios para la inminente guerra. Tres mil hombres dispuestos al combate partirían al día siguiente hacia Coto.

Igual que en la ciudad de Panamá, en las provincias de Chiriquí, Bocas del Toro y otros pueblos del país, la agitación era grande. Los  voluntarios de todos los colores se presentaban con sus propios rifles para ofrecerse también para ir al combate.

PANAMÁ Y COSTA RICA

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«El conflicto entre Panamá y Costa Rica es tal vez el caso más claro de dos pueblos que son naturalmente amigos y oficialmente enemigos. Guerra más inesperada, más injustificada, más innecesaria no es posible concebir. No fue ella fruto de odios ancestrales, que no podían existir entre dos vecinos jóvenes, sin intereses antagónicos de ninguna clase, sin problemas económicos de esos en que la vida de uno se asegura de la vida del otro», reflexionaría, años después del acontecimiento, el abogado Ricardo J. Alfaro.

Tal vez, como dijera el prominente intelectual, entre ambas naciones no hubiera odios, pero sí había un viejo desacuerdo limítrofe desde la época colonial.

Durante el siglo XIX, hubo varios intentos de establecer una línea divisoria clara entre Costa Rica y la Gran Colombia, pero ninguno de ellos llegó a fructificar.

En 1900, las partes gobiernos acordaron someter el asunto al arbitraje del presidente de Francia Emile Loubet, quien emitió un fallo  (ver mapa), que no gustó a las autoridades de Costa Rica, que hicieron ver que no tenía validez, pues supuestamente adolecía del vicio de ultra-petita: «el árbitro se había excedido en sus funciones».

Para Panamá, sin embargo el fallo al parecer sí fue oficial, pues la primera Constitución Nacional de 1904 establecía en su artículo  III que la nueva República estaba constituida por el territorio del Departamento de Panamá, con sus islas, es decir, «el que le adjudicó a la República de Colombia el laudo pronunciado el 11 de septiembre de 1900 por el presidente de la República Francesa».

La situación quedó en el limbo hasta 1910, siete años después de que Panamá se independizara de Colombia, cuando los gobiernos de ambos países firmaron la convención Anderson Porras, que en su primera cláusula reconocía que el fallo Loubet era «claro e indubitable» en su definición de los límites de la región del Pacífico, desde la Punta Burica hasta un punto en la cordillera Central.

Sin embargo, la convención Anderson Porras también señalaba que «no había acuerdo» con respecto «al resto de la línea fronteriza’, la que iba desde el punto de la cordillera central hacia la costa del Caribe.

Ese mismo año, con el fin de dirimir sus diferencias, convinieron someterse a un nuevo arbitraje, que en esta ocasión se puso en manos del jefe de justicia de Estados Unidos, Eduard Douglas White.

FALLO WHITE

El llamado Fallo White, del 12 de setiembre de 1914, dibujó una nueva línea fronteriza en la zona no acordada, la caribeña, , restando territorios a Panamá con respecto al fallo Loubet (ver mapa).

Esto motivó a Panamá a impugnar la decisión «de forma categórica». 

Panamá aludía la misma razón que Costa Rica había esgrimido en 1900: «White se había extralimitado en los poderes concedidos» (ultra-petita).

Tras el rechazo de Panamá de este último fallo, el asunto quedó nuevamente en el limbo, y cada país asumió, de acuerdo con sus propios intereses, su posición en unos territorios prácticamente desocupados y lejanos.

Ese limbo resultaría el detonante de la llamada Guerra de Coto, al intervenir el presidente costarricense Julio Acosta García

LA VERSIÓN COSTARRICENSE

Apenas asumía la Presidencia de Costa Rica, en mayo de 1920, cuando a Acosta le empezaron a llegar reportes de que los panameños estaban avanzando en territorio costarricense.

En diciembre de 1920, el impetuoso mandatario encargó a un tal Renaul de la Croix hacer un recorrido por la zona limítrofe para comprobar qué era lo que estaba ocurriendo, cuenta el historiador costarricense Luis Fernando Sibaja Ch.(El conflicto bélico de 1921 entre Costa Rica y Panamá).

El informe de misión de la Croix, en enero de 1921, inquietó a los costarricenses: Panamá mantenía representantes oficiales en los poblados de Coto y de Cañas Gordas (en el sector del Pacífico, y por lo tanto dentro de los límites costarricenses según los fallos Loubet y White).

Además, reportó de la Croix, un tal Tobías Pérez Uribe, panameño, había reconocido que estaba pagando $200 anuales al gobierno de este país por los derechos de explotar unos cocales situados cerca del poblado de Coto.

Sumamente molesto con los panameños, Acosta reunió a su gabinete en San José, el 20 de febrero de 1921, que acordó como una «obligación indeclinable desalojar a las autoridades panameñas de los pueblos invadidos» y decretar que el secretario de Guerra se asegurase de que «dicho territorio quede bajo el mando de las autoridades civiles y militares de la República».

Ese mismo día, el coronel Héctor Zúñiga Mora, comandante militar de la zona del Golfo Dulce, recibía las órdenes de trasladarse hacia Coto con 75 hombres.

Allá llegó el 21 de febrero a las 2 de la tarde, donde después de emplazar al oficial de policía Manuel Pinzón, tomó posesión solemne y anuló la concesión dada por el gobierno panameño para explotar los cocales a Tobías Pérez Uribe.

Esa tarde, enviaba un telegrama al gobernador de la provincia de Chiriquí informándole que, por órdenes del Gobierno de Costa Rica, y en acatamiento del Fallo White, de 1910, tomaba posesión de Coto.

Vea en nuestra próxima entrega cómo Panamá se defendió de la invasión tica en Coto

Materiales

Revista Lotería, septiembre de 1962

Revista Loteria, enero-febrero de 1991

Panamá y Costa Rica, entre la diplomacia y la guera, por Carlos Cuestas

Panamá y Costa Rica (2)

Panamá y Costa Rica (3)

Panamá y Costa Rica (4)

Panamá y Costa Rica (5)

Panamá y Costa Rica (6)

Panamá y Costa Rica (7)

Panamá y Costa Rica (8)

Panamá y Costa Rica (9)