Hasta el Vaticano necesita servicios de inteligencia

Personajes carismáticos  como el general Torrijos, Ronald Regan o George Bush necesitarán siempre de los servicios de personas que les muevan los hilos desde la oscuridad

Manuel Antonio Noriega (MAN): Aló
Roberto Díaz Herrera (RDH): Tony. Soy yo, Roberto… Roberto Diaz Herrera.
MAN: Ahhh…  Roberto.
RDH: Gusto en saludarte, después de tanto tiempo.
MAN: Igual. Igual.
RDH: ….Me dijeron  que estás mejor.. que estás bien de ánimo…
MAN: Sí. Estoy bien… bien…
….
RDH: Bueno…Tony, solo quería saludarte.
MAN: Gracias por llamar,  Roberto. Suerte en tus proyectos.
RDH: Gracias Tony. Igual. Cuídate.

Una breve  conversación, más o menos en el tono de la arriba descrita, sostuvieron, a mediados de este año, el general de las Fuerzas  de Defensa de Panamá Manuel Antonio Noriega y  el coronel Roberto Diaz Herrera, veintiocho años después de su último encuentro, en mayo de 1987.

Mucha agua debió correr para que ambos pudieran adquirir  la serenidad necesaria para mantener tan sencilla plática, cuyo contenido revelara el coronel retirado a La Estrella de Panamá.

4-October-1989-General-Ma-008Diaz Herrera detonó la fase final  de la crisis política de  los 80, una de las más graves de la historia del país, cuando, frente a un grupo de medios internacionales, desenmascaró al general, en junio de 1987. La crisis terminaría en 1989, con la  invasión de Panamá.

«Fue una conversación breve, pero me sentí bien, a nivel humano», reveló Diaz Herrera, que hoy se declara satisfecho con su vida, su familia, sus proyectos y las muestras de afecto que recibe regularmente cuando  circula por las calles de la ciudad.

Mientras, su contra parte permanece en la cárcel, donde ha sido tratado de cáncer de próstata y un infarto  y donde dice haber descubierto a Dios.

CONVERSACIONES CON EL CORONEL

Cómodamente sentado en una  pastelería  de la ciudad de Panamá, frente a un café, el coronel retirado, da muestras de cómo, con  mucha lectura y reflexión, ha podido sanar las heridas ocasionadas por este periodo turbulento de su historia personal y del país. Su retiro forzado, la repercusión mundial de sus denuncias y el posterior asalto armado a su residencia, su encarcelamiento,  tortura psicológica y exilio.

Con el paso del tiempo, dice, ha podido entender los hechos desde una perspectiva más amplia, perdonar y  llegar a la conclusión de que si bien “Tony hizo mucho daño  en Panamá,  fue, a su vez,  una víctima de la política norteamericana”, cuyo sistema de justicia terminó juzgándolo, y condenándolo en Miami a 40 años de prisión.

1985-Manuel-Antonio-Norie-003Para el coronel,  Noriega fue un personaje creado y promovido por el aparato de inteligencia de Estados Unidos, que no solo conocía sus actividades como traficante de armas y drogas, lavado de dinero,  doble agente, sino que las utilizó para sus propios fines.

“La gente aquí se olvida del escándalo Iran-Contras”, señala Diaz Herrera, en referencia a la polémica operación patrocinada por la administración de Ronald Reagan (1981-1988), en Estados Unidos, para violar el  embargo que impedía a su gobierno vender armas a Irán, usar parte de  los ingresos ($12 de $30 millones pagados por Irán) para ayudar a combatir al gobierno sandinista de Nicaragua, a pesar de la prohibición del Congreso de Estados Unidos de apoyar esta guerra (Boland Amendment).

El informe  Kerry, que dio  a conocer los resultados de una exhaustiva investigación sobre este caso, reveló que los agentes encargados de llevar a cabo las acciones del gobierno de Estados Unidos en Nicaragua y El Salvador eran personajes ligados al mundo de las drogas.

Bajo el mando de Noriega, los norteamericanos usaron el territorio panameño para entrenar a la contra guerrillera centroamericana y como sede de operaciones para el teniente Oliver North (del Consejo de Seguridad estadounidense) en sus actividades de apoyo a las fuerzas antisandinistas con las que se quiso sofocar en Nicaragua la  revolución que derrocó a Anastasio Somoza y llevó al poder a Daniel Ortega, actualmente  nuevamente presidente de ese país.

César Rodríguez y Floyd Carlton, ambos ligados al mundo de la droga y muy amigos de Noriega, fueron, según testimonios del juicio celebrado en Miami contra Noriega, en 1992, (El juicio del siglo, de Ricardo Lasso Guevara) algunos de los pilotos que en su momento dirigieron los vuelos para llevar armas a Nicaragua.

RESPALDO DE EEUU

Eran los tiempos en que reinaban en la Casa Blanca el  popular ex artista de Hollywood Ronald Regan y el patricio George Bush, representantes de la  derecha conservadora,  que volvían a asumir el mando del gobierno tras el ‘desastre’ de Jimmy Carter. Tanto ellos como sus subalternos, el ex director de la CIA William Casey y  el asesor de seguridad nacional John Poindexter, fueron amigos y protectores de Noriega.

1550592.jpgDiaz Herrera recuerda perfectamente cómo  en los días que siguieron al asesinato del doctor Hugo Spadafora, en septiembre de 1985, cuando ordenó un  movimiento de tropas para medir su fuerza en un eventual golpe contra Noriega  (este todavía se encontraba en Francia, supuestamente haciéndose un peeling, como denunciara el periodista Guillermo Sanchez Borbón, en su momento)  recibió una llamada del entonces general John Galvin, del Comando Sur estacionado en la Zona del Canal, quien le  dijo: “coronel, queremos que usted sepa que Estados Unidos solo acepta como comandante de las  Fuerzas de Defensa al general Noriega”.

PLANES DE LA CIA

“Noriega fue utilizado”, repite Díaz Herrera, quien jura,  como hijo del maestro Anastasio Díaz Jiménez y Gregoria Herrera,  no haber cometido, a sabiendas, una falta grave contra otro ser humano en su vida.  Aun más, alega haber conversado en varias ocasiones con el general Rubén Dario Paredes, entonces su superior, y a quien considera un hombre serio, sobre la necesidad de detener las actividades delictivas que se le atribuían a Noriega. “Paredes, sin embargo,  no hizo nada, que yo supiera. Alguna razón muy seria debió haber tenido”, advierte.
Untitled-1Mientras esto sucedía en Estados Unidos y Panamá, Noriega viajaba a Medellín para reunirse con figuras como Gustavo Gaviria, Jorge Ochoa, Pablo Escobar, Pablo Correa, Fabito Ochoa, (hay quien lo recuerda pasándole el brazo sobre el hombro), negociaba rescates con el guerrillero M-19, protegía a los laboratorios de procesamiento de droga en la provincia de Darién y enviaba a oficiales de las Fuerzas de Defensa a escoltar los cargamentos de dinero que llegaban en vuelos chárter al aeropuerto de Tocumen, parte del cual quedaba guardado en las amplias cajas fuertes que mantenía en su oficina en el edificio 8 de Fuerte Amador (El juicio del siglo, de Ricardo Lasso Guevara).

Su proyección en el mundo del hampa era tal que se dice que,  en 1984, hasta Pablo Escobar se sintió intimidado por su capacidad de extorsión (El juicio, de Lasso).

Pero, si los norteamericanos usaron a Noriega, también lo hizo el general Omar Torrijos Herrera. Aunque Diaz Herrera casi venera el recuerdo y figura de su primo, dice recordar como, en una ocasión, cuando acudió a este para quejarse de la conducta cuestionable de Noriega, el mismo general  le contestó: “Querido primo, no te conviertas en soplón, que eso no le gusta a la tropa. Además, tienes que entender que hasta el Vaticano necesita un sistema de inteligencia».

Mientras que Omar se mantenía ocupado con la negociación del tratado del canal, llevaba juguetes y comida a los niños en los parajes más abandonados del país, Noriega se ocupaba de espiar los movimientos de sus opositores, detectar posibles amenazas a su gobierno y en ocasiones «hacía lo que fuera necesario».

Incluso, hay quienes dicen haber escuchado a Torrijos llamar a Noriega “mi gángster”.

Durante  la época de Torrijos, bajo el telón de la guerra fría, Noriega montaría, como jefe del G2, y, de facto, el segundo hombre más poderoso del país, un sistema de espionaje que llegaba hasta  grupos estudiantiles y universitarios y  sindicatos obreros, ofreciendo dinero, becas y puestos en el gobierno a cambio de denunciar a  profesores  y compañeros.

El general Noriega, sin duda, fue recompensado por sus servicios y disfrutó por muchos años de una vida de lujos y placeres, en la que los carros deportivos, helicópteros,  yates, mansiones de playa, mujeres  y adulación por montones, eran la norma.

Una vida tapada por el temor a quien, entre tantas faltas, los panameños a penas se atrevían a llamar «cara de piña», como si su irrefutable fealdad, en una especie de recuerdo al «Dorian Grey» de Wilde fuera la evidencia de sus pecados.

La cuña vino de dentro, y fue Díaz Herrera el que le quitó la careta que entre todos le habían tolerado.

OTROS

Operación Causa Justa, reportaje de TV

Noriega, el juicio final (1)  (2)  (3)  (4)  (5), reportajes de TV

Noriega y Narcodictadura (2…), por Humberto Ricord

Prólogo de una invasión, por Winston Spadafora

Historia inconclusa, por Ramiro Vásquez Chambonett

La invasión y el contexto internacional, por Dorindo Jayan Cortez