En 1963, los gobiernos de Panamá y Estados Unidos anunciaron que a partir de enero de 1964 ondearían 16 banderas panameñas en la Zona del Canal. Para los residentes de la Zona, esto constituía una amenaza que estaban dispuestos a enfrentar
El auditorio de la Escuela Superior de Balboa estaba prácticamente lleno. Unos 200 residentes del sector pacífico de la Zona del Canal de Panamá, en su mayoría miembros de asociaciones cívicas y sociales, aplaudían furiosamente al arquitecto Gerald A. Doyle mientras este tomaba posesión del podio.
‘Hemos llegado a las últimas líneas de defensa: o nos rendimos ahora o avanzamos’, proclamó inflexible el arquitecto de 40 años, graduado en Harvard y jefe de la División de Ingeniería de la Comisión del Canal de Panamá. Era el lunes 3 de enero de 1963, a las 8 de la noche.
‘Panamá quiere la Zona del Canal. También pediría la luna si se la pudiéramos dar, pero los tratados de 1903 son claros: la Zona es parte de los Estados Unidos», continuó Doyle.
El arquitecto, residente de la Zona del Canal desde 1951 y padre de dos niñas, había interpuesto, en octubre del año anterior, una demanda contra el gobernador de la Zona del Canal, Robert Fleming, para impedir que se ejecutara un acuerdo negociado por Panamá y Estados Unidos, para ondear 16 banderas panameñas en la Zona del Canal a partir de enero de 1964.
La demanda planteaba que «ondear cualquier bandera que no fuera la estadounidense en los lugares públicos de la Zona iba en contra de las leyes de Estados Unidos y perjudicaría al demandante y a otros contribuyentes de impuestos de forma irreparable».
Cada vez más apasionadamente, Doyle continuaba: «El tratado es claro. El territorio de la Zona del Canal fue entregado a los Estados Unidos, que lo pagó no una, sino dos y tres veces; a los propietarios de las tierras, a Colombia, a Panamá».
El orador pasó a quejarse del gobernador Fleming, del presidente Kennedy, de los funcionarios del gobierno estadounidense, que «ya no se interesaban por el tradicionalismo ni las sendas del pasado».
Mientras Doyle hablaba, algunos voluntarios pasaban una bolsa del Comité Pro Fondo de la Bandera entre la concurrencia. La mayoría de los presentes colocaba billetes de $10. Solo esa noche, se recogerían unos $7 mil, de acuerdo con el detalle de la reunión, recogido por La Estrella de Panamá , 10 de enero de ese año.
No eran solo las luchas nacionalistas de los panameños, la creciente presión de los estudiantes y del gobierno nacional lo que molestaba a los zonians presentes en el auditorio aquella noche. El enemigo también estaba por dentro.
El propio gobernador Robert Fleming, el 10 de diciembre pasado se había dirigido a la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos alegando «la inevitabilidad del cambio» y anunciando que «los días de los zonians estaban contados».
Ante estas declaraciones, Doyle respondía seguro: ‘No hago esto por molestar a las autoridades. Tampoco tengo inclinación para luchar contra molinos de viento. Como ustedes, soy solo un patriota al límite de la paciencia, al ver cómo continúa disminuyendo la influencia de Estados Unidos en el mundo. Me siento obligado a hacer algo al respecto. Es nuestro deber preservar esta herencia para nuestros hijos, así como los ancestros lo hicieron por nosotros», continuó Doyle.
LA JAULA DE ORO
Quienes estaban dispuestos a dar su dinero y a poner su corazón en la lucha iniciada por Doyle eran, en su mayoría, empleados civiles blancos de la Compañía del Canal de Panamá, residentes de las áreas cercanas a la Escuela de Balboa. Ellos, conocidos como los «zonians», constituían la élite, la cúspide de la pirámide social y laboral de la Zona. Y estaban decididos a luchar por proteger su pequeño mundo, que parecía a punto de resquebrajarse.
Llamada «la jaula de oro» (guilded cage), la Zona del Canal era un área de 1,432 kilómetros cuadrados bajo jurisdicción norteamericana, separada de Panamá por una cerca de alambre.
Vista desde los desvencijados caserones de madera situados en el lado panameño (donde residían todavía algunos de los trabajadores caribeños que habían participado en la construcción del Canal), la Zona parecía, con sus céspedes nítidamente cortados, sus calles perfectamente trazadas, sus frondosos árboles bien podados, una maqueta de Hollywood.
Era un mundo cerrado, idílico, protegido, donde no había desempleo ni ciclos económicos. Todo lo pagaba el canal, una portentosa obra de ingeniería y un buen negocio para los norteamericanos desde el punto de vista geoestratégico y comercial.
Igual que en el periodo de la colonia española, el sistema era dirigido por hombres nacidos en el ‘mainland’ del Imperio. Bajo la excusa de la «seguridad nacional«, los puestos importantes de la compañía del canal eran ocupados únicamente por ellos.
Eran los ingenieros, los contadores, los administradores, los jefes de personal. Recibían hasta 3 y 4 veces más salario que los trabajadores de raza negra o latinos, contratados siempre para trabajos manuales. Además, recibían otro 25% adicional sobre el salario de quienes hacían el mismo trabajo en Estados Unidos, por el ‘sacrificio’ de vivir en los trópicos (‘the tropical differential’).
La Compañía del Canal les proveía de casa gratuita, energía eléctrica, agua y mantenimiento. A cada familia le correspondía una semana de vacaciones anuales pagadas en Estados Unidos, lo que incluía el transporte del automóvil familiar en un buque de la compañía, hasta Nueva York.
Los zonians tenían sus propios supermercados donde conseguían todos los productos que vendían en Estados Unidos a precios subsidiados. Con sus salarios y la disponibilidad de mano de obra local barata, podían contratar los servicios de sirvientas panameñas que hacían la vida más fácil y confortable. La educación de sus hijos era gratuita.
Algunos apreciaban la cultura panameña (entre ellos, el mismo Gerald Doyle, quien habia entablado una relación personal con miembros de la etnia guna ver recorte) e intentaban conocer las tradiciones y explorar la geografía del país, pero muchos no eran tolerantes con las costumbres y realidades locales. Veían a los panameños, latinos y negros como miembros de una cultura inferior, caracterizada por el desorden, la informalidad y la poca disciplina
SILVER ROLL Y GOLD ROLL
Las ventajas de los ciudadanos estadounidenses blancos era herencia de los tiempos de la construcción del Canal, cuando se había implantado el Gold Roll y Silver Roll, llamado así por la moneda de pago: oro para los blancos, plata para los demás. Incluso el presidente Roberto Chiari, quien había tenido en sus años juveniles una breve experiencia laboral en la Zona del Canal, había sido asignado ‘al silver roll’.
En este sistema, los ‘colored people’ —muchos de ellos trabajadores caribeños que habían participado en la construcción del Canal, a quienes nunca se le dio la ciudadanía americana, a diferencia de los hijos y nietos de los blancos estadounidenes o europeos— vivían en barrios separados, iban a escuelas separadas, compraban en sus propios comisariatos y tenían sus propias facilidades de recreo.
EL MUNDO Y LOS CAMBIOS
Mientras los zonians se aferraban a su mundo, fuera de la cerca de alambre se percibía la irreversibilidad del cambio del que hablaba el gobernador Fleming. El año anterior se habían anunciado los estudios para un canal a nivel que solo requeriría de 4 mil trabajadores (en ese momento eran 14,500).
El mundo también entraba en una era de profundas transformaciones en todos los órdenes. Se desmantelaba el colonialismo, a medida que los últimos países africanos se independizaban de los europeos. El movimiento civil en Estados Unidos tomaba fuerza, bajo la promesa del presidente Kennedy de que «los logros alcanzados para desbaratar la discriminación eran irreversibles». Cuba se acercaba cada día más a la Unión Soviética. Las masas empobrecidas de América Latina presionaban por mayor justicia social. Betty Friedman preparaba su libro ‘La Mística Femenina‘. La píldora comenzaba a venderse comercialmente. La Iglesia católica iniciaba el Concilio Vaticano II. La carrera espacial tomaba fuerza. Se daban las primeras transmisiones de televisión vía satélite.
Pero aquella noche, en la Zona del Canal, unas 12 organizaciones civiles apoyaban los esfuerzos de Doyle, quien anunciaba que «viajaría a Estados Unidos, hablaría con el Congreso y llevaría la demanda hasta la Suprema Corte de Justicia, si fuera necesario».
«Si la demanda tiene éxito habrá más manifestaciones y violencia, pero vale la pena intentarlo», diría Doyle ante la concurrencia, que una vez más, lo aplaudía entusiasmada, como recogiera entonces La Estrella de Panamá.
OTROS MATERIALES
Para los zonians, este era el edén, por Errol Caballero
La lujosa vida de los zonians en Panamá
Zonians, origen y evolución histórica
Gold Roll y Silver Roll continúa después de inaugurar el Canal de Panamá