Joseph McFarland, embajador de Estados Unidos en Panamá entre 1960 y agosto de 1963, fue testigo de los complicados problemas exisentes entre Panamá y Estados Unidos en esa época. Su recuento de los hechos vividos en el Istmo añade una dimensión que permite entender mejor los hechos del 9 de enero de 1964

Este artículo es el primero de una serie sobre el embajador Joseph McFarland y su años vividos en Panamá previos al 9 de enero de 1964. Le siguen Un matrimonio a punta de pistola y «Ni un centavo más para esos panameños»
El 9 de enero de 1964, en el pequeño poblado de Clarksbourg, en West Virginia, una mujer de 77 años de nombre Grace Simpson había pasado las últimas horas pegada al televisor, dando seguimiento a los acontecimientos que tenían lugar en la lejana república centroamericana de Panamá.
Cada vez más inquieta por los 22 muertos y por los centenares de heridos y por la crisis diplomática que se gestaba, Simpson esperó hasta la caída de la noche para llamar a su hijo a la ciudad de Washington.
Sin tiempo para saludar, al salir la esperada voz masculina del otro lado del teléfono, la anciana preguntó con voz temblorosa:
“Joe, ¿te van a culpar a ti por lo que ha sucedido?”.
“Tranquila, mamá. No es culpa mía», le contestó su hijo.
«Pero, ¿ellos pueden creerlo así?», insistió la anciana.
“Salí de Panamá hace muchos meses”, respondió, intentando tranquilizar a la mujer, que fallecería esa misma noche.
Tal vez no se llegó a convencer de ello, pero Grace Simpson pudo haber muerto tranquila, segura de que su hijo, Joseph Farland, el último embajador de Estados Unidos en Panamá antes de la crisis del 9 de enero, había hecho todo lo posible para evitar la tragedia.
«Lo del 9 de enero fue un asunto muy desafortunado. Yo trabajé como el diablo (like the devil) durante casi tres años para mejorar las relaciones entre ambos países”, comentó Farland en una entrevista publicada por el programa de Historia Oral de la Asociación de Estudios Diplomáticos, en la que da su versión de los sucesos que condujeron a la tragedia del 64.
Farland, afiliado al Partido Republicano, había llegado a Panamá en 1960, nombrado por el presidente estadounidense Dwight Eisenhower y, por circunstancias singulares, permaneció en su puesto tras la toma de posesión del demócrata John F. Kennedy, el 1 de enero de 1961.
Renunciaría a su cargo en julio de 1963, frustrado por la displicencia de los funcionarios del Departamento de Estado, que, en su opinión, no entendían la realidad panameña.
Desde entonces y hasta el 9 de enero de 1964, el cargo había quedado vacío.
La historia, como la cuenta el diplomático en el programa de Historia Oral, es la de un gobierno de mil cabezas, de egos encontrados, de arrogancia, mezquindad y miopía. Es la historia que contaremos hoy domingo, en esta y las dos próximos entregas de Publicando Historia, de La Estrella de Panamá.
EL NUEVO EMBAJADOR
El embajador, hijo único de un cajero de banco y de una ama de casa, ex funcionario del FBI, con un doctorado en derecho de la Universidad de Stanford, había hecho fortuna como empresario minero cuando todavía no había llegado a los cuarenta años. A los 43 años ingresó a la carrera diplomática, nombrado embajador en la República Dominicana (1957-1960) de Rafael Leonidas Trujillo y con la misión de convencer al dictador de dejar el poder.
Amenazado de muerte por Trujillo y con los recuerdos más surrealistas que cabe imaginarse, salió de la isla caribeña en 1960, para ser asignado a Panamá en reemplazo de Julian Harrington, cuya gestión había estado marcada por los disturbios y protestas anti yanquis.
La última de estas protestas había ocurrido el 3 y 4 de noviembre del año anterior a la llegada de Farland, en lo que fuera un premonitorio del 9 de enero, producto de la llamada Operación Siembra de Banderas, dirigida por Aquilino Boyd y Ernesto Castillero.
Los jóvenes estudiantes planeaban colocar 75 enseñas patrias en la Zona del Canal para demandar la revisión de los tratados Hay-Buneau Varilla.
La manifestación había comenzado de forma pacífica pero, cuando el gobierno de la Zona ordenó prohibir la entrada de los manifestantes y uno de los policías estadounidenses vejó la bandera panameña, los ánimos de los panameños se salieron de control, al punto de que se tuvo que movilizar un destacamento del ejército estadounidense para contener los ánimos. La protesta dejó decenas de heridos.
Al nombrarlo en Panamá, el presidente Eisenhower pidió a Farland que investigara y emitiera una opinión sobre la idea de ondear la bandera panameña en el Triángulo Shaler, en la zona colindante entre la Zona del Canal y la ciudad de Panamá, frente al Palacio Legislativo.
El presidente, que había estado en Panamá durante la II Guerra Mundial, se inclinaba por hacer este gesto simbólico como reconocimiento de la soberanía panameña en la Zona del Canal con el fin de evitar más conflictos entre ambos países. No obstante, su secretario de Estado, John Dulles, y algunos miembros del Congreso se oponían tenazmente, por considerar que las «generaciones futuras de panameños mirarían este «act of grace» (acto de concesión) como un gran primer paso en la entrega de los derechos del Tratado» (Alonso Roy).
LA NUEVA MISIÓN

Cuando Farland llegó a Panamá, se dio cuenta de que el puesto era complicado e inusual. A diferencia de otros países, donde había una clara jerarquía de la representación del gobierno estadounidense, aquí no solo había un embajador (Julian Harrington), sino un general, el comandante en jefe de los Ejércitos del Caribe William Potter, y un gobernador, William Arnold Carter, de la Zona del Canal; en resumen, tres «prima donnas» cuyas funciones se traslapaban y cuyas rivalidades e inseguridades les impedían, literalmente, hablarse el uno al otro.
Además de estos tres poderes, había en la Zona un grupo reducido, según el embajador, de «cabezas calientes» dispuestos a hacer mucho ruido para defender sus privilegios, azuzados, además, por el juez de la jurisdicción americana, el chauvinista Guthrie F. Crowe, “un tipo que no me gustaba nada”, diría Farland.
Así como en la Zona del Canal no se ondeaba la bandera panameña, en la ciudad de Panamá, el embajador Harrington no se atrevía a ondear la bandera estadounidense, por temor a que los estudiantes panameños volvieran a ultrajarla, como ya había sucedido.
Poco tiempo necesitó Farland para darse cuenta de que 60 años de tensa convivencia, de discriminación y de reclamos soberanistas entre los dos países estaban a punto de explotar. Y eso fue lo que se propuso evitar.
RECOMENDACIÓN
Después de hacer un diagnóstico de la situación, conversando con panameños, «zonians» y funcionarios de la embajada, Farland se convenció de que era necesario establecer una nueva actitud. Lo primero podría ser izar la bandera panameña en el Triángulo Shaler y así se lo recomendó a Eisenhower, quien decidió emitir una orden ejecutiva de inmediato.
Al recibir la confirmación vía telegráfica, el embajador se dirigió al Palacio de las Garzas para comunicarle la buena noticia al presidente Ernesto de la Guardia, a quien describe en la entrevista citada como un «hombre encantador , cuya compañía yo disfrutaba mucho» .
Farland le comentó sus planes de hacer una ceremonia protocolar de izada de bandera, con bandas y la presencia del consejo de gabinete. De la Guardia le pidió poder izar él personalmente la bandera panameña, con lo que podría enviar un gesto de esperanza a sus compatriotas.
A este requerimiento, el diplomático aseguró que haría todas las gestiones necesarias y que no veía mayor problema al respecto.
Sin embargo, poco después, para su sorpresa, recibía la primera de una serie de señales que le hacía ver la rigidez y falta de sensibilidad con que el Departamento de Estado llevaba los asuntos de Panamá.
Un telegrama le informaba que el presidente panameño no podía tocar la bandera panameña. Farland insistió, pues conocía el profundo interés del presidente. La respuesta fue la misma: no puede tocar la bandera. Era la última palabra.

Farland relata cómo, muy apenado, tomó su limusina y manejó hasta la residencia del presidente en Las Cumbres, donde éste lo recibió, en su terraza, sobremirando las montañas.
«Tan gentilmente como me fue posible le expliqué a Ernesto que no podía izar la bandera. Al presidente se le salieron las lágrimas», relata Farland.
«Tú sabes, Joe…. . Yo conozco Estados Unidos, yo me gradué de la Universidad de Darmouth, tengo muchos amigos allá y he vivido tanto allá como en mi país. Hasta que los funcionarios del Departamento de Estado se den cuenta de que los latinos pensamos diferente que ellos y que, para nosotros, la forma es a veces más importante que la sustancia, nunca habrá una comprensión real entre ambos países”, le confesó De la Guardia, según la versión del embajador.
SE IZA LA BANDERA
El 16 de septiembre de 1960, tras 56 años, la bandera panameña volvió al territorio ocupado por Estados Unidos, en una ceremonia en la que participó casi la totalidad del Gabinete y las autoridades estadounidenses en Panamá.
Al día siguiente, La Estrella de Panamá reportaba los hechos, con la declaración del presidente Ernesto de la Guardia: «el enarbolamiento de la enseña nacional en el territorio de la Zona del Canal es un acto que habrá de colocar en pie de mejor comprensión y relaciones entre ambos países».

Sin embargo, el presidente revelaba que no había asistido al acto «por no haberse podido hacer los arreglos para que el jefe del gobierno panameño pudiera elevar su propia bandera en su propio territorio».
El evento, cubierto por La Estrella de Panamá, no tuvo el lustre previsto. El centenario diario reportó: «el lugar donde se iza la bandera es parte de los terrenos del Ferrocarril, que pronto serán traspasados a la República de Panamá».
La orden ejecutiva emitida por Eisenhower aclaraba, además, que «la presencia de la bandera panameña no alteraba los tratados del Canal vigentes».
No había ninguna gran concesión.

Materiales de Referencia
Entrevista con Joseph Farland por S. Kennedy