Así fue el Golpe de Acción Comunal para derrocar a Florencio H. Arosemena

En 1931, en plena depresión económica, los jóvenes agrupados en la hermandad de ‘Acción Comunal’ se organizaron para derrocar a un régimen que consideraban inapropiado para los intereses del país

Pa…. paaaa paaaa! ¡Ta ta ta ta ta ta tata!

‘¡Adelante… adelante! ¡Vamos!!!’…

‘Ríndanse o volamos la Presidencia’….

Amenazas, gritos y sonidos de disparos provenientes del Palacio de las Garzas sorprendieron el plácido sueño de los residentes de la ciudad de Panamá la madrugada del 2 de enero de 1931.

Aun confundidos por la insólita irrupción del descanso tras un largo día de  celebraciones por la llegada del nuevo año,  los residentes de las calles 4ta, 5ta, 6ta y hasta la 7ta del Casco Viejo de la ciudad se iban incorporando en la oscuridad y asomando, en ropas de dormir, a los balcones y ventanas de los caserones de dos y tres pisos.

Aquellos que lograban vencer el susto y la somnolencia inicial intentaron llamar a amigos o familiares, pero pronto se percataron de que las líneas telefónicas estaban cortadas.

¿Qué estaba pasando?

‘¡Nen! ¡Ahí va Nen!… ¡Nen!’, gritó una mujer que seguía atentamente los movimientos de la calle, al reconocer a su vecino entre aquellos que corrían, pistola en mano, hacia la presidencia.

‘Shhhh…. Cállate’, la increpó, desde un balcón cercano, otra voz femenina, Petra de Quirós, quien también observaba, horrorizada, a su marido, un abogado de carácter pacífico e idealista que nunca había agarrado un arma en su vida, gesticulando agitadamente en medio del desorden callejero. Hacía pocas horas, este había salido de la casa sin atreverse a decir a dónde iba ni a qué horas regresaría.

El severo  abogado José Manuel ‘Nen’ Quirós, el médico graduado en Harvard Arnulfo Arias, el odontólogo de la Universidad de Columbia Ramón Mora eran apenas algunos de lo 80 activistas de la hermandad Acción Comunal, que esa noche ejecutaban con precisión el largamente planificado derrocamiento del presidente Arosemena, en lo que constituiría el primer golpe de estado de la historia del país.

EL RÉGIMEN DE CHIARI Y AROSEMENA

Durante meses, los ‘muchachos de Acción Comunal’ como se les llamaría durante las siguiente décadas debido a que la mayoría de ellos no pasaba de los 30 años de edad, planeaba ultimar el gobierno del presidente Florencio Harmodio Arosemena (juramentado el 17 de octubre de 1928), y de su jefe de facto, el líder del Partido Liberal, Rodolfo Chiari.

En tiempos de angustiosa depresión económica, se acusaba a ambos de gobernar contra las masas empobrecidas de panameños.

La población consideraba a Chiari (empresario y presidente entre 1924 y 1928) el verdadero jefe y se repetía a voces que manejaba el país como si fuera su propia hacienda, permitiéndose todo tipo de exoneraciones de impuestos y otras ventajas para sus empresas, mientras que cobraba a los funcionarios de magros salarios el 5% de su sueldo y endeudaba el país sin límites.

El ingeniero Arosemena, elegido por Chiari como su sucesor, no tenía ni el carácter ni la voluntad de poner freno a las prácticas de su antecesor y, en medio de una cada vez más precaria situación económica, había perdido el apoyo de la población y el respaldo de los líderes políticos.

EL GOLPE DEL 2 DE ENERO

En la tarde del 1 de enero de 1931, mientras el presidente Arosemena y su esposa Hersilia Arias despedían en el Palacio de las Garzas a los invitados de la fiesta de Año Nuevo, en el templo de Acción Comunal, los hermanos analizaban a última hora la conveniencia de seguir adelante con los planes.

La súbita enfermedad de uno de sus líderes, Germán Gil Guardia, los temores de su presidente Víctor Florencio Goytía, las advertencias de amigos como Harmodio y Pancho Arias de que los estadounidenses tendrían que intervenir en defensa del gobierno de Arosemena, hacían vacilar a muchos de los miembros de la hermandad.

‘Mañana (2 de enero) el presidente va a firmar un decreto para contratar a 150 nuevos policías. El golpe se va a dar de todas maneras’, gritó Arnulfo Arias, uno de los ‘hermanos’ de más reciente ingreso, para hacerse oír entre el barullo formado por los más de 20 hombres reunidos.

‘Este país no aguanta un día más de este gobierno nefasto… Prefiero morir esta noche luchando’, proseguiría Nen Quirós, quien impuso la tónica que finalmente alentaría a sus compañeros para seguir adelante con la acción temeraria.

ASÍ FUE EL GOLPE

Las maniobras comenzaron a la 1:40 de la madrugada, cuando dos o tres de los golpistas entraron a la Central Telefónica para dejar la ciudad incomunicada.

Como estaba previsto en el guión meticulosamente planificado, poco después salían 12 hombres más, en dos o tres vehículos, hacia el Cuartel de las Sabanas, en las afueras de la ciudad. Allí, bastaron unos pocos disparos para someter a los policías y apoderarse de las armas que yacían en el almacén. Con estas, más las pocas que ya tenían, se dirigieron al centro de la ciudad.

Ahora correspondía atacar el cuartel Central, en la intersección de Avenida B y la Cale 11 Este, a 4 cuadras de la Presidencia.

Con la ventaja del factor sorpresa, nuevamente pudieron vencer.

De allí salieron con más rifles, carabinas, subametralladoras y ametralladoras de trípode a unirse a Arnulfo Arias y Nen Quirós y Ramón Mora, quienes en ese momento se acercaban por la calle sexta portando las llaves del Banco Nacional (se las habían quitado al portero del edificio, un señor Gaspar Bethancourt, que en ese momento yacía amarrado y amordazado en una casa de las Sabanas).

Los tres líderes del movimiento golpista entraron a las oficinas del banco y corrieron hacia las ventanas que daban al segundo patio del Palacio de las Garzas. Pero, desde el interior del palacio, los guardias, dirigidos por el mismo presidente Arosemena y su secretario Daniel Ballén, disparaban impidiéndoles la entrada.

Durante horas, se mantuvo el fuego.

A las 4 de la mañana, atacados por todos los frentes y ya sin municiones, los policías flaqueaban, pero Ballén los animaba a resistir con la promesa de que ‘pronto llegarían las fuerzas armadas de la Zona del Canal’, que tenían la obligación de apoyar al gobierno en virtud de la Constitución de la República y el tratado Hay Bunau Varilla.

EL MINISTRO DE ESTADOS UNIDOS

A unas cuatro cuadras del Palacio de las Garzas, en el segundo piso de la Legación de Estados Unidos, el ministro estadounidense (embajador) Roy Tasco Davis, seguía los acontecimientos en mangas de camisa. Tras el estallido de la violencia, varios panameños se habían acercado a advertirle que los golpistas eran simpatizantes del movimiento comunista.

Davis probablemente estuvo a punto de enviar ayuda para su amigo el presidente Arosemena, cuando hizo acto de presencia en la legación un grupo de respetados señores panameños, entre ellos Harmodio Arias, Pancho Arias, Jeptha Duncan y Domingo Diaz Arosemena.

‘No son comunistas. Son jóvenes modestos pero honrados y distinguidos, y los respaldaban caballeros de la mayor representación política y social’, comunicaron estos a Davis.

El ministro vacilaba, cuando se presentó el magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Héctor Valdés, para pedirle que no interviniera.

‘Todo volverá a su cauce. La Corte se haría cargo de los detalles’, insistió Valdés.

Davis pareció aliviado, no obstante, advirtió que ‘si caía una gota más de sangre o si era agredido el señor presidente o algún secretario de Estado o algún magistrado o diplomático extranjero, fuerzas regulares de la Zona del Canal ocuparían sin tardanza la plaza de Panamá’.

DENTRO DEL PALACIO

Mientras tanto, en el palacio, la acción arreciaba. Los golpistas habían colocado una ametralladora en la azotea del muelle fiscal (al lado del mercado) y mantenían fuego permanente contra la entrada de la presidencia.

Arosemena de vez en cuando abandonaba el frente de guerra para comprobar que su esposa Hersilia y sus hijas, Selma y Walli, estuvieran bien.

Al borde de la crisis nerviosa, pero dispuesta a respaldar a su marido hasta el fin, la señora Hersilia tomó la figura de uno santo que mantenía en sus habitaciones del tercer alto, y bajó con él en brazos hasta colocarlo en el descanso de las escaleras de calle 5ta. Entonces, fue a atender a los heridos y a repartir medallas religiosas entre los combatientes.

En ese momento, Arias, Quirós y Mora, quienes todavía no habían asegurado su posición dentro de la presidencia, como les correspondía, decidieron forzar la entrada de la oficina de la Fiscalía y, desde el balcón de este edificio, saltar al palacio.

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Durante meses, la Hermandad había planeado derrocar al presidente Florencio Arosemena para llamar a elecciones libres y convocar a una constituyente.

«En nombre de Acción Comunal, le exijo su renuncia».

Así, pistola en mano, se dirigió el doctor Arnulfo Arias Madrid al Jefe del Ejecutivo panameño, al encontrarse con éste frente a frente en una de las habitaciones de la mansión presidencial, a las 4 de la mañana del 2 de enero de 1931.

Tras largas horas de asedio, en las que no faltaron ni las ráfagas de ametralladoras, ni los disparos de pistola y rifle, ni las víctimas (8 muertos y 15 heridos), los ‘hermanos’ de Acción Comunal lograban penetrar la sede de gobierno y arrinconar a sus ocupantes.

‘Yo fui electo por el pueblo panameño y nada me moverá de aquí. Prefiero morir antes que renunciar’, respondería el presidente de la República, electo en 1928, Florencio Harmodio Arosemena, con toda la dignidad que le era posible, y sin dejarse amedrentar por sus opositores en medio de aquella agotadora jornada.

A las tres de la tarde, reunido con el presidente Arosemena, el magistrado Valdés le pedía otra vez que renunciara

Ante la firme respuesta del todavía mandatario, los líderes insurrectos, Arias, Ramón Mora y José Manuel ‘Nen’ Quirós decidieron dejar el salón, no sin advertirle que ‘estaba preso’.

TRIUNFO DE LOS GOLPISTAS

No había duda de que habían triunfado. El fuego había cesado y, dueños de la situación, los ‘hermanos’ circulaban por el palacio, izaban banderas, se asomaban a los balcones y dormitaban en los sofás.

Afuera, sus hombres patrullaban las calles armados, apoyados por el general Manuel Quintero.

En el Cuartel Central de la Policía, detrás de los barrotes, yacían el hasta ayer gobernador de la provincia, Archibaldo Boyd, y Ricardo Arango, jefe de la policía.

El único lamento era no haber podido atrapar al verdadero blanco de la operación, el expresidente Rodolfo Chiari, ‘el poder detrás del trono’, quien permanecía escondido, igual que los designados (vicepresidentes), Tomas Duque y Carlos López.

LA CIUDAD

Más allá de los muros del palacio, los primeros rayos del sol caían débiles sobre la ciudad y el pueblo se despertaba a la nueva realidad; muchos celebraban la caída del odiado régimen, que en tiempo de incertidumbre económica, se encontraba en el más completo desprestigio, como resultado de las prácticas corruptas y el favoritismo más descarado.

Por el momento, no obstante, reinaba la incertidumbre. Las tiendas estaban cerradas y no había servicio de autobús.

De Colón, llegaban rumores de que el gobernador Mario Galindo, fiel a Arosemena, había enviado a un grupo de policías y civiles armados hacia la ciudad. Poco después se sabría que las autoridades de la Zona del Canal no les habían permitido el paso.

ACCIÓN COMUNAL SE MANIFIESTA

En un comunicado emitido desde la Presidencia, el jefe del movimiento, José Manuel Quirós, emitía un comunicado anunciando la ‘reivindicación’ de los derechos ciudadanos.

‘El país estaba cansado de las gestiones personalistas de sus gobernantes’ y aspiraba a ‘una nueva orientación basada en un verdadero gobierno republicano’.

El informe también anunciaba los planes de formar una junta provisional de gobierno, llamar a elecciones y crear una asamblea constituyente para reorganizar el país políticamente.

Solo faltaba la renuncia de Florencio Harmodio Arosemena, quien tenía que ceder tarde o temprano.

RENUNCIO O NO RENUNCIO

Durante las primeras horas del día, la mansión ejecutiva era un hervidero.

Por las puertas de hierro de la Calle 6ta, fuertemente custodiada, entraban y salían algunos de los hombres más poderosos del país: el ministro de Estados Unidos (embajador), Roy Davis; los magistrados de la Corte Suprema de Justicia; políticos y funcionarios como Domingo Diaz, Harmodio Arias, Pancho Arias, Jeptha Duncan, JJ Vallarino, Julio Fábrega. Todos tenían algo que decir.

El tiempo corría, bajo la advertencia de que se debía llegar a una solución negociada antes de las cinco de la tarde -si no, el ministro Davis enviaría a las fuerzas militares de la Zona del Canal a poner orden-.

‘Esto se va a arreglar de acuerdo con la Constitución Nacional’, anunció el magistrado Héctor Valdés, desestimando las aspiraciones de Acción Comunal. .

Estos tuvieron que ceder. Aunque apoyados coyunturalmente por algunos caballeros de influencia, carecían de fuerza política.

La Corte decidió prescindir de los primeros designados, Tomás Duque y Carlos López, invocando el artículo 67 de la Constitución de 1903, vigente.

Correspondía entonces el sillón presidencial al primer designado del gobierno anterior, el embajador de Panamá en Estados Unidos, Ricardo J. Alfaro, una figura apreciada, y de prestigio indiscutible.

Por el momento, hacía falta notificar a Alfaro y en caso de aceptar este, esperar su traslado al istmo, por lo que debía nombrarse también a un presidente provisional.

Acción Comunal propuso a Harmodio Arias, un respetado doctor en leyes y diputado. Este no formaba parte de la hermandad y no había participado del los planes del golpe, pero sí estaba al tanto del mismo y, en su momento, había prometido usar su prestigio para ayudarlos a salir del atolladero si fuera necesario.

El magistrado Valdés objetó. Harmodio Arias era hermano de uno de los golpistas, Arnulfo Arias, de manera que incluir su nombre en el gobierno daría a entender que estos habían ‘vencido’.

Aireado, Arias señaló que no le interesaba el puesto: ‘No lo había querido en tiempos de paz menos ahora en tiempo de guerra’, dijo, y propuso al magistrado Miguel Angel Grimaldo.

ULTIMATUM

Con el plan acordado, los magistrados se dirigieron nuevamente al presidente.

A las tres de la tarde, Valdés le pedía una vez más que renunciara al cargo.

‘He pensado en ello, pero no encuentro motivo alguno para hacerlo’, respondió Arosemena.

Valdés, cansado ya de su testarudez, le advirtió: ‘Recuerde, Florencio, que ya usted está derrocado’.

A esto, Arosemena replicó:

‘Si estoy derrocado, ¿a qué puesto debo renunciar’?

‘Usted no entiende… su vida está en peligro’.

‘Por mí no se preocupe’, retaría otra vez el mandatario, a lo que el magistrado le haría ver que no se trataba solo de él, sino de su esposa Hersilia y sus dos hijas que todavía se encontraban en la mansión ejecutiva, en momentos en que reinaba una gran excitación nerviosa.

El presidente estaba conciente de ello.

El mismo había rogado a su esposa que abandonara la mansión y se dirigiera a la casa de algún amigo, pero ella le había respondido : ‘Tenemos 30 años de casados y me quedo contigo hasta el final’.

El presidente finalmente aceptó el plan propuesto por la Corte. Pero todavía presentaba condiciones.

Su amigo y fiel ministro, Daniel Ballén, quien poniéndose en peligro había acudido a la presidencia para ayudarlo a combatir a los golpistas, debía ser nombrado magistrado de la Corte.

Además, no nombraría a Miguel Angel Grimaldo como ministro. Este gozaba de todo su respeto, pero era un magistrado en funciones y como tal, no resultaría apropiado.

Bajo estas condiciones, nuevamente salió a relucir el nombre del doctor Harmodio Arias.

A Arosemena, esta opción le gustó menos. No era su amigo. No lo quería como sucesor.

Valdés se desesperaba. El tiempo apremiaba. Debía tomarse una decisión y en aquel momento Arias era el único capaz de mantener el control de la dificil situación.

Finalmente, a las 4:30 de la tarde, el presidente nombró a Arias ministro de Gobierno en reemplazo de Daniel Ballén.

El consejo de Gabinete lo aceptó y eligió como jefe provisional del gobierno.

A esa misma hora, con la cabeza baja, el presidente salía del Palacio de las Garzas con su esposa y sus hijas Zelma y Walli. Una de las niñas llevaba un cofrecito. Los padres, dos maletas. Les seguían, Domingo Díaz y Enrique Linares.

Mientras la ‘primera familia’ abandonaba para siempre la que había sido su vivienda durante dos años y medio, los hermanos de Acción Comunal hacían guardia de honor.

En el auto, los esperaba Tomás Jácome, gerente de la United Fruit y cónsul de Costa Rica, para trasladarlos al Hotel Tívoli, en la Zona del Canal.

Florencio Arosemena pasaría sus últimos años en Estados Unidos, resentido. Siempre estuvo consciente de la corrupción reinante en el país, pero se sentía incapaz de detenerla.

Su gobierno tuvo varios aciertos, tal vez el mayor de ellos la creación de la Contraloría General de la República.

A lo largo de las décadas siguientes, los ‘muchachos de Acción Comunal’ serían ensalzados y criticados por las sucesivas generaciones de panameños, llamados ya golpistas, ya patriotas.

Lo que no cabe duda es que pese a la ruptura del orden constitucional, el derrocamiento del presidente Arosemena pondría fin a la crisis moral y la desconfianza imperantes, y dotaría al país de dos de sus presidentes más brillantes y honorables que haya tenido el país, los doctores Ricardo J. Alfaro y Harmodio Arias, quienes, durante su mandato, renovarían la fe de los panameños en su gobierno.

Gran parte de la información fue tomada de ‘Acción Comunal. Saludo a Lindbergh en español’, de Sofía Izquierdo.

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