Aunque arrinconado tras el escándalo del 9 de enero de 1964, Estados Unidos se negaba a ceder ante Panamá. La «superpotencia» movilizaba todos sus recursos
Por Mónica Guardia
Si diéramos crédito a los reportes de prensa, un año y medio después de los enfrentamientos del 9 de enero de 1964, las relaciones diplomáticas entre Panamá y Estados Unidos estaban en su mejor momento.
El gobierno del presidente Marcos Robles se desvivía entonces por agasajar a un grupo de funcionarios de alto nivel del gobierno estadounidense que visitaban el país, los cinco miembros de la Comisión Interoceánica Atlántico-Pacífico —entre ellos el Dr. Milton Eisenhower, presidente de la Universidad John Hopkins y hermano del expresidente —.
En realidad, los distinguidos visitantes de la comisión, creada por el presidente Lyndon Johnson en septiembre de 1964, se merecían el trato encantador del entonces ministro de Relaciones Exteriores, Fernando Eleta, y de la sociedad panameña que los agasajaba: de ellos dependía el futuro del país.
A la comisión correspondía decidir la mejor ruta para un canal a nivel, que reemplazaría al actual, que según el decir de los expertos norteamericanos, sería inservible en el año 1980.
Mundo al revés
Los panameños tenían 50 años de estar protestando contra el tratado Hay Bunau Varilla, de 1903, al que consideraban irrespetuoso de la dignidad nacional y poco generoso en lo económico.
Pero si Panamá había pensado que Estados Unidos estaría dispuesto a renegociar ese tratado a raíz del escándalo internacional suscitado por la represión del año anterior, el tema de un nuevo canal lo ponía todo al revés.
Un país atrasado
“Panamá sigue siendo un país pequeño, inmaduro y atrasado tratando de negociar con la nación más poderosa del mundo”, recordaba al Departamento de Estado un telegrama enviado desde la Embajada de Panamá el 8 de octubre de 1964.“No se pueden ni siquiera poner de acuerdo entre sí”.
En cambio, el gobierno de Estados Unidos intentaba tener todas las ases bajo la manga.
En diciembre del año 1964, en una conferencia de prensa en el Teatro de la Casa Blanca, Johnson había declarado que su gobierno estaba dispuesto a renegociar el tratado de 1903. “Es lo justo”, aseguró entonces el presidente.
Pero… el nuevo tratado sería solo «interino»
“El canal actual, con sus limitadas esclusas y canales, pronto será inadecuado para las necesidades del comercio mundial”, continuaba Johnson ante los periodistas de agencias internacionales reunidos, recordando la existencia de 300 barcos demasiado grandes para pasar por sus compuertas.
“Es el momento de empezar a planificar con ahínco un nuevo canal a nivel, más moderno, más económico y más fácil de defender, libre de las complejas y vulnerables esclusas”, anunció, en medio de los flashes de las cámaras.

Detrás de las palabras de Johnson se escondía una estrategia cuidadosamente planificada: la vieja táctica de la zanahoria y el garrote. La zanahoria eran las promesas de un tratado nuevo y el futuro de un canal a nivel. El garrote era que este nuevo canal no necesariamente se construiría por Panamá:
“Parece haber cuatro posibles rutas”, siguió Johnson. “Dos pasan por Panamá, otra por Colombia y otra más entre Nicaragua y posiblemente Costa Rica”, continuó.
“Iniciaremos negociaciones con cada uno de estos países para posteriormente iniciar los estudios sobre el terreno”, dijo Johnson.
Los objetivos y estrategias de negociación de un nuevo tratado con Panamá aparecen recogidas en un memorándum enviado en noviembre de 1964 por el consejero de Seguridad Nacional McGeorge Bundy al presidente Johnson.
Estados Unidos, decía Bundy, debía preservar el 80% de las ventajas que le otorgaba el tratado Hay Bunau Varilla: podían reconocer la soberanía de Panamá, pero debían preservarse los derechos para operar, mantener y proteger el canal (cortes de justicia, policía y fuerzas militares en la Zona del Canal).
En lo que estaban dispuestos a ceder era en lo concerniente a la operación de comisariatos, cines, boleras, el uso de estampillas de correo y de tierras y facilidades no necesarias
“Debemos evitar toda apariencia de que nos sometemos a las presiones generadas por las demostraciones del 9 de enero”, decía Bundy.
“Estamos listos para negociar con Colombia, Panamá y Nicaragua y obtener publicidad para mejorar nuestra imagen (…) Lo que más ayudará será decir, en Estados Unidos y Panamá y en el mundo entero, que el canal actual está severamente limitado y que nosotros vamos a construir uno nuevo y que estamos lidiando en realidad con chatarra».
El mismo memorándum de Bundy cerraba diciendo que lo que NO se podía permitir era que trascendieran los planes de construir el canal por medio de detonaciones nucleares.

Maravilla del mundo
En 1965, el canal de Panamá era considerado todavía la octava maravilla del mundo. Era la obra más cara, $375 millones, construida hasta ese momento por el gobierno de Estados Unidos.
Unas 27 mil personas habían perecido durante sus 30 años de construcción. Su contribución al comercio mundial era innegable, pero … su periodo de vida útil llegaba a su fin.
Entre 1951 y 1961, la carga transportada por el canal había aumentado de 31,300 mil toneladas a 65,200 mil, es decir, el 48%. El número de buques había pasado de 5 mil 593 a 10 mil 866, un 51%.
Sí, el viejo canal podía ser remozado. El corte Gaillard, su parte más angosta, podía ser ampliada para albergar a dos barcos simultáneamente; se podían mejorar las esclusas…pero eso no sería suficiente.

El problema era que a Panamá no le convenía un canal a nivel. En primer lugar, no era seguro que la ruta más conveniente fuera a través de su territorio.
Y en caso de que sí lo fuera elegida, ¿qué ocurriría con los valores inmuebles en Panamá y Colón? ¿Que se podría hacer con el canal actual?
Lo más grave sería perder de un solo golpe la inyección a la economía de $70 millones en concepto de planilla generada por los 20 mil empleados del canal. Un canal a nivel solo necesitaría entre 800 y 400 empleados.
En cambio a los norteamericanos sí les convenía. Era más fácil de defender y más barato de operar, requería menos mantenimiento y su tránsito sería más rápido.
Además, a largo plazo, permitiría resolver las causas de las frecuentes fricciones con Panamá.
Los ingenieros estadounidenses que diseñaron y construyeron el canal nunca pensaron que el sistema de esclusas fuese el ideal, sino el más fácil de construir.
El Congreso había autorizado el primer estudio de un canal a nivel en 1929, lo que permitió prontamente llegar a una conclusión:
Un canal a nivel no solo sería caro, sino imposible de pagar.
Las esperanzas se habían renovado en 1950, con la idea sugerida por Edward Teller, uno de los padres de la bomba atómica.

La nuclear, según Teller, representaba una forma de energía virtualmente inagotable, relativamente barata y efectiva que podía ser usada para una amplia variedad de propósitos en el campo de la ingeniería.
De ser aplicadas al canal, significaría ahorros de, al menos, $500 millones.
Los experimentos prácticos para el uso de energía atómica bajo el programa Plowshare habían iniciado en marzo de 1962, con una prueba en el desierto de Nevada a más de 600 pies de profundidad.
El experimento logró mover 12 millones de toneladas de roca, dejando un cráter de 1200 pies de ancho y 320 pies de profundidad.

Las pruebas siguieron hasta agosto de 1970, cuando la comisión para el Estudio del Canal Interoceánico envió su reporte al presidente, haciendo una comparación entre las ocho rutas estudiadas.
La mejor de todas, concluía, por razones de costo, distancia y cuestiones políticas, era la zona fronteriza entre Panamá y Colombia. La ruta de Nicaragua, aunque tomaría ventaja del lago, requeriría más excavación.
El reporte terminaba con una recomendación que los panameños y toda persona sensata pudo haber prevenido antes del gasto de millones en estudios: la energía nuclear no debía usarse para la construcción de ningún canal. El daño ambiental no podía ser controlado.
El reporte decía: «aunque somos optimistas de que algún día las explosiones nucleares podrán ser usadas en una variedad de proyectos de remoción de tierra, por el momento la tecnología no es útil para la construcción de un canal”.
Al momento de ser presentado el informe al entonces presidente estadounidense Richard Nixon, los tratados negociados con Lyndon Johnson yacían en su lecho de muerte.
Mientras tanto, en Panamá, un nuevo gobierno asumía el relevo en la lucha generacional para la renegociación de los tratados firmados en 1903, sobre el mismo viejo canal, que aun se mantiene operando.