El 12 de enero de 1955, Rubén Miró confesó ser el único autor del magnicidio de Remón. Dos días más tarde, culpó al presidente José Ramón Guizado. En los meses siguientes, sus versiones variarían completamente
El 4 de enero de 1955, dos días después del brutal asesinato del presidente José Antonio Remón Cantera (1907-1955), Rubén Miró se dirigió a la casa de Rodolfo Saint Malo, en la avenida Federico Boyd, esquina con Calle 47.
El mismo Saint Malo, viejo socio y amigo de José Ramón Guizado, primer vicepresidente de Remón y ahora presidente de la República, abrió la puerta de entrada y lo condujo hasta el despacho, en la parte baja de la elegante residencia.
Miró nunca antes había estado allí, pero notó que el espacio era circular y lucía perfectamente amoblado.
“Parece que todo salió bien”, comentó Saint Malo, refiriéndose al magnicidio que había tenido lugar dos días atrás.
Después de celebrar durante unos momentos, pasaron a elaborar la lista de los integrantes del nuevo gabinete.
Temístocles Díaz sería asignado al Ministerio de Comercio y Agricultura. Inocencio Galindo, a Obras Públicas. Ricardo Arias Espinosa, a Hacienda. Octavio Fábrega, a Relaciones Exteriores. José Sosa, al Banco Nacional.
A Henrique Obarrio lo enviarían como encargado de alguna embajada.
A él, Miró, le correspondía el Ministerio de Gobierno. Era su recompensa por un trabajo bien ejecutado. Así había sido acordado con Guizado, declararía Miró al magistrado José María Vásquez Díaz y a otros investigadores que lo interrogaban por el crimen de Remón el 14 de enero de 1955, como fuera recogido por La Estrella de Panamá en marzo de 1955.
No. Así no fue como sucedió. Esa fue una mentira. Fueron declaraciones hechas bajo presión, diría Miró un mes más tarde, cuando Guizado estaba siendo enjuiciado como presunto autor intelectual del crimen, precisamente como resultado de sus acusaciones.
La verdad era otra y estaba más cerca de las declaraciones que había dado el 12 de enero, frente al mismo magistrado.
En aquella ocasión, había dado un relato pormenorizado de sus andanzas aquel fatídico 2 de enero. Las actividades habían empezado a las 11 de la mañana, cuando llevó a su esposa e hijos a poner flores en la tumba de sus suegros en el cementerio.
A lo largo del día, se había acercado en varias ocasiones al hipódromo «Juan Franco«, donde había hecho apuestas por un valor de $300. En una de las visitas había podido observar, a lo lejos, la figura regordeta del presidente José Antonio Remón, acompañado de su hermano, Alejandro Remón.
A las 7 de la noche, mientras salía de la casa de su padre, la imagen del mandatario, a quien había apoyado durante la campaña electoral de 1952, y quien no le había correspondido asignándole una posición de Gobierno, le daba vueltas todavía en la cabeza.
Cuando pasaba frente a la iglesia de la Catedral (Casco Antiguo) tomó la determinación de ir al hipódromo nuevamente y matarlo.
La idea de asesinar a Ramón se le había ocurrido de un momento a otro, el mismo 2 de enero y lo había ejecutado él solo
Pero primero pasó por su oficina para recoger la ametralladora que había adquirido el año anterior, por $150. Después de colocar esta en la parte delantera de su vehículo, se dirigió hacia el Juan Franco.
En el camino, se acordó de los guardaespaldas de Remón, Bolo Ragel y Bottling Negron. Buenos muchachos.
Poco después, llegaba al hipódromo por la entrada de los cuatro fulares.
Estacionó el carro y, cargando la ametralladora, cruzó a pie la cancha hasta llegar a la cerca de papos, frente al bien iluminado palco presidencial, en la casa club, donde se podía ver todavía a Remón, conversando animadamente con un grupo de amistades.
Entonces, faltando 25 minutos para las 8 de la noche, disparó dos ráfagas de ametralladora en 30 segundos, relató a sus interrogadores.
Faltando 25 minutos para las 8 de la noche, Miró disparó dos ráfagas de ametralladora en 30 segundos
—¿Se considera usted culpable de la muerte del presidente?, le preguntó el fiscal. El contestó: “No es mi responsabilidad decir si yo soy culpable o no. Eso le compete a usted ”.
Muchas mentiras
Pero no. La versión del 12 de enero tampoco era verdad, porque él “era inocente”, diría posteriormente, frente al jurado de conciencia, reunido para el juicio contra él y otros 6 sindicados más, entre octubre de ese mismo año y diciembre de 1957.

Aquella noche no había ido al hipódromo solo, sino acompañado por Alfonso Hyams. Y al disparar, lo hizo al aire, no contra el presidente. El no había herido a nadie.
Si en el expediente aparecía como culpable era por la malevolencia del magistrado José María Vásquez Diaz, “director de todo este sainete político”, “practicado de la manera más sucia”.
Si había declarado contra Guizado, quien por cierto, era inocente, había sido presionado por el coronel Bolívar Vallarino, que lo había amenazado con apresar a su hijo y a su esposa.
“Vallarino, Dicky Arias y Alejandro Remón son los autores del asesinato político de José Ramón Guizado”, anunciaría varias veces durante el proceso que le siguió la Asamblea Nacional de Diputados a Guizado, en marzo de 1955.
“Llévenme a la audiencia como testigo y diré toda la verdad. Guizado es inocente. Puedo dar pruebas de gran valor”, insistiría Miró desde la Cárcel Modelo, en una carta dirigida, como último recurso, a su tío político, el expresidente Harmodio Arias.
Quién era Rubén Miró
Rubén Oscar Miró Guardia era un abogado relativamente exitoso, aunque con fama de “marrullero”. Tenía, a la fecha, alrededor de 46 años, y procedía de una “buena familia” .
Su padre había sido magistrado de la Corte Suprema y embajador. Su madre era hermana de Rosario Guardia, esposa del expresidente Harmodio Arias.
Era, por tanto, primo hermano de los hijos del exmandatario, quienes, como tal, gozaban de una muy buena posición económica y social, con importantes conexiones en los círculos más exquisitos.
Entre los hijos de Harmodio, su predilecto era Roberto (Tito) Arias, con quien mantendría una buena amistad a través de los años.
La educación de Miró también había sido esmerada: había pasado por la Academia Militar de Chorrillos, en Perú, y estudiado un doctorado en derecho en la Universidad de Washington, entre 1930 y 1935.
Uno de los profesores de esta época, Richard Gallagher, lo describiría como “ un estudiante sobresaliente… con una memoria fotográfica, capaz de leer un expediente y después dictarlo de memoria”.
Pese a su indiscutible inteligencia y buena posición, Miró mantenía, de acuerdo con algunas fuentes, una vida errática, centrada en la diversión y el juego.
En su libro “El extraño asesinato del presidente Remón”, Guizado cita fuentes que aseguran que en 1955 tenía deudas por un valor de $15,000.
A Miró también le gustaban las mujeres. Los expedientes del caso Remón incluían referencias a las relaciones que mantenía con dos mujeres, aparte de su esposa. Una de ellas, Teresa Castro de Suárez, (quien negó ser su amante y dijo que Miró le había “arruinado la vida”), fue también sindicada en el crimen, acusada de encubrimiento.
El cerco
Los sospechas contra Miró habían iniciado desde las fases más tempranas de la investigación del caso Remón, cuando varios testigos dijeron estar al tanto de sus planes de atentar contra la vida del presidente.

El sacerdote Carlos Pérez Herrera, el arquitecto Pérez Venero, Norberto Navarro, los hermanos Alberto y Alejandro Cuéllar, el cadete Luis Tejada, el oficial de seguros Eduardo Grau sostuvieron que Miró había solicitado apoyo en la búsqueda de una ametralladora para “matar cuanto antes al presidente Remón”. También, de acuerdo con otros testimonios, decía tener el apoyo del mayor Timoteo Meléndez, de la Guardia Nacional.
Durante su juicio, entre octubre de 1955 y diciembre de 1957, Miró tendría la oportunidad de, por fin, decir la verdad. O tal vez una nueva mentira. O tal vez esta vez una parte de la verdad.
“Al jefe de la banda de los que tiraron en Juan Franco lo dejaron ir: está muy lejos y se llama Irvin Lipstein”, declararía Miró.
El final de Rubén Miró
En diciembre de 1957, Miró fue absuelto del crimen de Remón, junto con los 6 otros sindicados, por un jurado de conciencia. Sin embargo, a diferencia de José Ramón Guizado, no ha sido absuelto por la historia. Hoy se le considera la cara visible de una trama concebida de forma magistral por quienes lograron dar dos golpes de estado (el magnicidio de Remón y la trama para sacar a Guizado de la Presidencia) y permanecer impunes.
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Su tendencia a la conspiración y a los planes grandiosos y macabros quedó en evidencia, una vez más, al participar en 1959, junto con su primo Tito Arias, en un fallido intento de invasión a Panamá, respaldada por Fidel Castro.
Su final fue parecido al del mismo Remón. Su cadáver fue encontrado abandonado,en El Naranjal, de Chepo, con un tiro en la cabeza y el cuerpo descargado con cuatro ráfagas de ametralladora. Se le considera una de las víctimas de la dictadura.
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