Carmen Arias, madre de presidentes

Esta mujer menuda y sencilla, criada en el barrio de los Forasteros, de Penonomé, en el siglo XIX, dejaría a través de sus hijos un legado histórico de enormes repercusiones

lineaHace 75 años, en el Día de la Madre, la  ciudad de Penonomé rendía homenaje  a quien el diario Star and Herald de Panamá considerase, en su momento, “una de las mujeres más distinguidas de nuestra historia  republicana”.

Al  evento, reseñado  en las primeras planas de los diarios del país,  viajaron desde la capital relevantes figuras políticas de la época, entre ellos José Pezet, presidente de la Asamblea Nacional; Víctor Villalobos, secretario general del Partido Nacional Revolucionario;  la  exprimera dama Rosario Guardia de Arias, y la primera dama de la época, Ana Matilde Linares. 

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La primera plana de La Estrella de Panamá, el 9 de diciembre de 1940, recoge algunas fotografías del homenaje a Doña Carmen, el día anterior, en Penonomé.

La mujer que merecía tales muestras de aprecio  no era una profesional universitaria  ni una dama de alcurnia conectada con las  familias de poder.

Los  penonomeños, siempre orgullosos de su condición  de  «cuna de presidentes»,  hacían alarde, sin embargo, de esta mujer sencilla,  propietaria de una panadería de pueblo, a quien ese día rendían tributo como  madre de dos líderes constitucionales del país,uno de los cuales había tomado posesión dos meses antes, con la mayor votación alcanzada nunca antes por un candidato presidencial.

La homenajeada no era otra que  Carmen Madrid de Arias, madre de los doctores Harmodio y Arnulfo Arias Madrid, entonces presidente, quienes, gracias a su  inspiración y guía, superaron, en una sola generación,  los inconvenientes de pobreza y la distancia a los centros de poder político y económico, para convertirse en profesionales  egresados de  los mejores centros educativos del mundo, y  como políticos,   ofrecer esperanza a las aspiraciones de todo un  país.

Para el Penonomé que ese día le rendía homenaje, doña Carmen no era una figura lejana, cuyos logros se conocieran  a través de fotografías o comentarios de terceros. Ella era una mujer real, una viuda de carácter recio, que se desenvolvía entre ellos, a la que habían visto  trabajar de sol a sol, con el único objetivo de  sacar adelante a sus hijos  e inculcarles los  valores  de  decencia, honradez, y espíritu de superación que ella profesaba.

Una vida anónima

Aunque los archivos de la iglesia de  Penonomé, que llevaba los registros de nacimientos, bautizos, matrimonios y defunciones de la zona fueron afectados por  un incendio durante la Guerra de los Mil Días, ha quedado establecido que doña Carmen nació en el año 1849, hija de Manuel de la Guardia Dominici y María Josefa Madrid, una familia de gran afición por la lectura.

Ella era menuda, delgada, de marcados rasgos indígenas y una mirada de águila, que revelaba su inteligencia natural y su claro entendimiento de la realidad.

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Doña Carmen, rodeada de flores, el día de su homenaje en Penonomé

Para el año 1877, probablemente,  contrajo matrimonio, con el ganadero de origen  costarricense  Antonio Arias, quien antes de casarse había tenido cuatro hijos. Por él, se trasladó a vivir temporalmente a  Río Grande, donde nacieron algunos de sus nueve hijos:   Eudocia (1879), Antonio (1882), Benjamín (1884), Harmodio (1886), Gerardo (1889), Alfredo (1890), Josefa del Carmen (1893), Carmen (1897) y el más pequeño,  Arnulfo (1901).

Para doña Carmen, la vida en Río Grande, un villorio de pocos habitantes, situado en las afueras de Penonomé, en el que no había acueductos ni calles pavimentadas, ni luz eléctrica, no debió haber sido fácil.
Más,  cuando en  esta provincia de extrema concentración de riqueza, la familia Arias Madrid, según la autora Mélida Sepúlveda, biógrafa de su hijo Harmodio  (Harmodio Arias Madrid,el hombre, el estadista y el periodista),   no  pertenecía a los grupos rurales dominantes.

“Su nombre no aparece entre los importantes de la época ya fuera por sus posiciones burocráticas o por las transacciones comerciales recogidas por los historiadores. Era una familia de la incipiente clase media rural, con limitados recursos, pero con el prestigio que proporciona el respeto a las tradiciones”, dice Sepúlveda.

Si la situación era dura,  la Guerra de los Mil días, entre los años 1899 y 1902,  causó estragos en la zona. Doña Carmen, según recoge el investigador Murillo Montoya, describió así su situación al final del conflicto: nosotros quedamos sin una vaca y esto es decir algo para quienes hacían su vida y negocio del ganado. Fue una época dura para mí como madre de familia».

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Fotografía de Arnulfo publicada por La Estrella de Panamá

Pero las condiciones mejorarían con la separación de Colombia: una de las primeras iniciativas legislativas de la Convención Nacional de Panamá,organismo  que estructuró las bases legales de la nueva república, fue la Ley 11 orgánica de instrucción pública, aprobada el 23 de marzo de 1904.

El artículo sexto de la ley enunciaba que el poder ejecutivo enviaría al extranjero, cuanto antes y con fondos nacionales, a veinticuatro jóvenes pobres de trece a veintidós años de edad, «a que se eduquen en distintos ramos del saber, con la obligación de enseñar después en el país durante tres años, adonde el gobierno lo tenga a bien. Dichos jóvenes serán escogidos así: seis en la provincia de Panamá y tres por cada una de ellas».

Las condiciones para aspirar a tales becas eran «alcanzar las más altas calificaciones en exámenes públicos que al efecto se verificarán por una junta de examinadores» y demostrar que tanto los jóvenes como sus familias son  pobres, recalcaba la ley.

Inmediatamente, doña Carmen vio una oportunidad para su hijo Harmodio, un brillantísimo joven de entonces 16 años, graduado de la escuela primaria y con unos pocos estudios secundarios, quien por entonces trabajaba en la capital como cajero en uno de los  negocios del comerciante Mauricio Lindo.

Relata Sepúlveda que doña Carmen solicitó ayuda, en una carta, al presbítero José Suárez y a Gregorio Conte. Ellos debían detallar  bajo juramento  los estudios y conocimientos generales de su hijo y confirmar que tanto el joven como su madre eran pobres. También, debían confirmar que ambos observaban conducta moral irreprochable y que el joven era inteligente y de marcada afición al estudio.

De esta forma, el futuro presidente pudo viajar a Londres, Inglaterra, donde logró mucho más de lo que se esperaba de él: no solo aprendió rápidamente el idioma, sino que  a través de becas ganadas en Inglaterra, pudo llegar hasta lo más alto de la escalera académica, obteniendo, con honores, en 1911, un doctorado en leyes por la prestigiosa London School of Economics.

Entusiasmada con el éxito de su hijo mayor, doña Carmen vendió una finca en Río Grande para enviar a su hijo menor y  no menos inteligente, Arnulfo, a terminar sus estudios secundarios en el Harwick College, en Nueva York.

Al igual que su hermano, llegaría hasta el último escalón, obteniendo el título de doctor en Medicina y Cirugía de la Universidad de Harvard, el primer panameño graduado con honores académicos en esta universidad.

Se cuenta que Carmen estuvo siempre muy apegada a su hijo menor Arnulfo, y que sufrió mucho al perder el trato diario con él, en plena adolescencia. La relación entre ambos prosiguió principalmente a través de cartas, reveló a La Estrella de Panamá el ingeniero Alfredo Arias Grimaldo, hijo de Gerardo Arias Madrid,  quien fuera diputado por Coclé entre 1932-1936 y muriera inesperadamente en 1939.

Arias Grimaldo, exministro de Estado y exdirector de la Autoridad de la Región Interoceánica, padre de la documentalista  Mercedes del Carmen Arias Brostella, no había cumplido los quince años cuando murió doña Carmen, pero la recuerda vagamente, en su casa de Penonomé, sentada en una silla mecedora, siempre con aquel largo vestido negro que usaban de por vida las mujeres de la época al enviudar.

Al parecer, para ella, la agitación que caracterizó siempre a la actividad política de su hijo Arnulfo fue  causa de preocupación permanente durante sus  últimos años de vida. Primero, su temeraria participación en Acción Comunal, y después, su  derrocamiento, apenas un año después de  asumir el poder, en 1940; también su exilio, tan estricto que se le impidió acudir al entierro de su madre, en el año 1943.

2015-12-10 12.48El sepelio de doña Carmen, efectuado en Penonomé, también reseñado en la primera plana de los diarios de la localidad, «fue concurridísimo, como era de esperarse, a pesar de la pertinaz lluvia de este octubre húmedo y frío», comentó La Estrella de Panamá en su edición del 23 de ese mes, en 1943.

Atrás, quedaba su legado, no una herencia de bienes materiales, sino el de la educación. Sin restar méritos a sus otros hijos, todos sobresalientes,  destacamos el legado de Harmodio, quien como presidente  logró, con el tratado Arias Roosevelt, que Panamá dejara de ser un protectorado para convertirse en una verdadera república, y no menos importante, Arnulfo, cuyo ideario político inspira aún hoy al partido gobernante.

Pero la moraleja a destacar de este relato histórico es sin duda la acertada apuesta de los primeros próceres panameños por la capacitación de los más jóvenes, sin distingo social, y la crucial voluntad de una mujer para garantizar un futuro a sus hijos. Nunca, «madre y patria», mejor combinadas.