«El incidente de la tajada de sandía» ó «la masacre de Panamá»

El nombre de Panamá no ha sido nunca ajeno a los escándalos internacionales…  en abril de 1856, ocupaba las primeras planas de los  diarios del continente el escándalo llamado  ‘la masacre de Panamá’, un sangriento episodio ocurrido en el sitio donde ahora se encuentra el Mercado de Mariscos de la Cinta Costera.

Se trata de un suceso que los panameños hemos preferido registrar con el colorido nombre de ‘el Incidente de la Tajada de Sandía’.

Una revisión de los diarios estadounidenses y latinoamericanos de los meses de mayo y abril de 1856 muestra el interés que rodeó  a estos hechos que culminaron con 20 muertes (18 de ellas de ciudadanos estadounidenses), más de 50 heridos, el saqueo de hoteles y restaurantes, el robo de efectivo y equipaje de más de 950 pasajeros en tránsito, y la destrucción de las oficinas y dos millas de rieles del recientemente inaugurado Ferrocarril de Panamá.

En uno de estos diarios revisados se puede leer la descripción de las dantescas escenas que presentaba la ciudad al día siguiente de los disturbios:

‘La zona de las chozas en que vivían los nativos del área de la Ciénaga estaba llena de maletas y baúles de equipaje rotos… la estación del ferrocarril lucía enteramente saqueada y olía a sangre… cada cosa que tenía valor había sido robada; los libros y papeles habían sido cortados y hecho pedazos. Una de las cajas fuertes fue abierta y robada… cada escritorio y closet había sido saqueado… nada había quedado en su lugar’, reportaba el Times Picayune (Nueva Orleans, 29 de abril de 1856), basado en parte en el relato del diario panameño The Star.

‘En la habitación más grande de la estación había doce cajas, cada una con un cadáver adentro. La última de las cajas estaba siendo sellada con clavos a medida que yo entraba’, decía el reportero a cargo del relato, cuyo nombre no aparece.

LOS CULPABLES

En aquella época de prejuicios, en que la esclavitud no había sido abolida en Estados Unidos, y en Panamá solo lo había sido cinco años antes, la prensa local y extranjera fue proclive a achacar a los nativos la culpa de los disturbios, los destrozos y las muertes, tachándolos de gente ‘dada a las peleas, al saqueo, y a la destrucción’, ‘una raza de bárbaros y salvajes’, que ante la ‘civilización puesta ante sus ojos, prefería, en lugar de trabajar y superarse, ‘excitar sus mentes hacia el deseo de destruir y asesinar’ ( Times Picayune , misma edición).

Como siempre, la soga reventaba por su parte más débil.

RAZONES DE UN CONFLICTO

De hecho, vista de forma aislada, la llamada ‘masacre de Panamá’, originada en  una disputa por diez centavos (el valor de una tajada de sandía), no era más que una riña salida de toda proporción… sin embargo, una mirada al completo entramado histórico, sicológico y social de la época deja claro que esa pequeña discusión no fue más que el fósforo que hizo estallar un barril al que se había ido llenando de  pólvora desde el momento en que, a raiz del descubrimiento de  las minas de California, en 1848,  Panamá se convirtiera en lugar de paso para miles de aventureros y buscadores de fortuna.

EL CABALLO DE HIERRO

El Ferrocarril de Panamá, propiedad de la compañía estadounidense Pacific Mail Steampship Company, había empezado a operar, por partes, desde 1853, y, en contra de lo que pudiera parecer, no había traido prosperidad a los panameños. Todo lo contrario.

Se estima que durante su construcción, más de 12.000  obreros traídos de todas partes del mundo fallecieron en accidente o por enfermedades como el cólera, el paludismo y la fiebre amarrilla, tragedias de las que fueron testigos los panameños y que permitieron a la compañía introducirse en el lucrativo subnegocio de la ‘venta de cadáveres’ (para suplir a universidades y escuelas de medicina).

Pero, si durante los primeros años del descubrimiento del oro californiano el tránsito había generado oportunidades de negocio a los locales (servicios de botes, alquiler de mulas, venta de comida o actividades ligadas al comercio), al concluir la obra y comprobarse que la Compañía del Ferrocarril, en coordinación con su empresa madre, la Pacific Mail Steampship Company, acaparaban a los viajeros y reducían su tiempo de estadía en el país al mínimo, los negocios panameños empezaron a quebrar.

La crisis afectó a los boteros del Chagres, a los ganaderos y agricultores del interior y seguramente también a los que transportaban mercancías y productos alimenticios entre la capital y los puertos de Aguadulce, Mensabé y Tonosí (‘El oro de California en la vida panameña’, Alfredo Castillero Calvo).

‘Sin comercio sin otros elementos de prosperidad de los que subsidian a los impuestos para pagar a un gobierno fuerte o mantener una fuerza policial respetable, Panamá está secándose’, decía el diplomático británico Lord Clarendon en las páginas de The New York Times en su edición del 5 de mayo de 1856.

‘A pesar de que esas grandes ventajas de celeridad del tránsito son para el beneficio de los miles de nuestros ciudadanos que cruzan el istmo, (los accionistas del Ferrocarril de Panamá) no contribuyen con un dólar a apoyar al gobierno de Panamá’, continuaba el columnista.

‘Cuando estuve allá el verano pasado, tuve ocasión de quejarme a los agentes del la Compañía Steamship del Pacific y al cónsul de Estados Unidos, por su iliberal y parsimoniosa resistencia al esfuerzo del Estado de Panamá de imponer y colectar una pequeña cantidad de impuestos al comercio extranjero. La resistencia fue efectiva y el impuesto fue abandonado. Marquen los resultados. Allá, una policía fuerte no se necesita para la protección de Panamá, sino para la seguridad de los viajeros estadounidenses, para nuestro propio interés. ¿Es honesto o razonable que le pidamos al gobierno de Nueva Granada, o al Departamento de Panamá, tan empobrecidos como están, sin contribuir de ninguna forma a su costo?’, se preguntaba el mismo autor.

‘Cualquier hombre justo diría que no… ‘, concluía .

EL DESTINO MANIFIESTO

Desde la década del cuarenta del siglo XIX, el mundo había sido testigo de la ola expansionista estadounidense hacia el sur y el oeste, y la adquisición forzosa de los territorios de Texas, Oregón y California.

Esa marcha incontrolable estaba inspirada en la fe de que el pueblo norteamericano estaba ‘destinado’ a cumplir una misión sagrada: llevar la civilización y el progreso a los pueblos ‘incivilizados’. A ese movimiento expansivo se le llamó ‘Destino Manifiesto.’

En el contexto del Destino Manifiesto, entre los años 1840 y 1860, surgiría el llamado filibusterismo, ‘cuerpos militares privados’ formados por  ciudadanos estadounidenses, que se lanzaban a guerras no autorizadas en territorios que estaban en paz con su propio país.

En el año 1855, uno de los más conocidos filibusteros, de nombre William Walker, llegó a Nicaragua, donde, tras participar en algunos combates de la guerra civil que vivía por entonces esa nación, alcanzó la más alta posición de mando en el país, imponiendo el inglés como idioma oficial y reinstaurando la esclavitud.

En 1856, América Central era presa de la paranoia suscitada por el avance de la gente de Walker y las ambiciones de otras figuras similares.

En febrero de 1856, el Congreso de Costa Rica autorizó al Ejecutivo a llevar las armas a Nicaragua para defender a sus habitantes de la ‘ominosa opresión de los filibusteros’.

En Panamá, durante los primeros días de abril de 1856, se hablaba con fuerza de que  se acercaba al país un barco que transportaba a bordo a varios amigos de Walker, lo que mantenía a la población aprensiva, de acuerdo con un informe enviado por el gobernador del Istmo, Francisco de Fábrega, al Ejecutivo de Colombia en relación a  la masacre.

EL INCIDENTE

El 15 de abril de 1856, unos 950 pasajeros esperaban a que bajara la marea para abordar el buque John L. Stephens, anclado en la bahía de Panamá. Entre ellos estaba un estadounidense llamado Jack Oliver.

A las 6 de la tarde, Oliver, ya pasado de tragos, y seguido de un grupo de acompañantes, se dirigió con actitud altanera al puesto de frutas del pariteño José Manuel Luna.

El gringo tomó una tajada de sandía, se la comió y se fue sin pagar. Cuando el vendedor lo siguió para pedirle que le diera su pago, Oliver lo insultó. Luna se molestó. Los ánimos se caldearon. El forastero sacó su pistola.

Amigos y simpatizantes de Luna, que vieron la escena, salieron en defensa de su compatriota y arremetieron contra Oliver y su grupo, persiguiéndolos hasta el Ocean Hotel y luego a la estación del ferrocarril, donde buscaron refugio

El grupo de panameños, ya convertido en una turba irrazonable, armada de palos y machetes, se dispuso a esperar afuera de la estación, cuando empezaron a salir disparos desde la oficina del ferrocarril. Una de las balas pegó en el sombrero del jefe de la policía que se había acercado a detener el conflicto y para defenderse se vio obligado a ordenar a su gente que disparara.

Estaba servida la ‘masacre de Panamá’ o, mejor dicho, el ‘Incidente de la tajada de sandía’.

MATERIALES DE REFERENCIA

Archivo completo de referencia de la Biblioteca Nacional

A un siglo de la tajada de sandía, Revista Lotería

Memoria de la Tajada de Sandía, por Olmedo Beluche

Las luchas contra los filibusteros, por Aims Mcguinness

El caso de la tajada de sandía

La tajada de sandía, causas y repercusiones