Tras la revolución islámica de 1979, ningún país se atrevía a dar asilo al depuesto emperador Mohamed Reza Pahlevi. Panamá sí
Todavía no llegaban los años más duros del régimen militar (1968-1989), pero el periodo comprendido entre 1978 y 1981 se caracterizó por la exagerada deuda externa, el alto desempleo, inflación, manifestaciones obreras, magisteriales y estudiantiles, de médicos y enfermeras.
En octubre de 1979, tras meses de huelga y cierre de escuelas públicas y privadas, los profesores, maestros, padres de familia y estudiantes realizaron la marcha de protesta más concurrida que se recuerde en la historia del país, provocando, finalmente la derogación de la reforma educativa, proyecto insignia del gobierno militar.
Parecía que la cuota de problemas del año 1979 se había agotado, cuando, a finales de año, surgió una nueva crisis con peligrosas ramificaciones.
El depuesto emperador Mohamed Reza Pahlevi, el sha de Irán, forzado a huir en enero de 1979 de su país por la revolución islámica, imponía un problema al presidente Carter en Estados Unidos.
Después de un periplo por Egipto, Marruecos, Las Bahamas y México, sufrió una recaída del cáncer que padecía desde 1974, y previo permiso de Carter, había viajado a New York para recibir tratamiento en el Cornell Medical Center.

No terminaba todavía de recuperarse en Nueva York, cuando, al calor de la revolución islámica y la toma del poder del octogenario, pero muy energético ayatolá Ruhollah Khomeini, un grupo de estudiantes radicales asaltaba la embajada de EEUU en Teherán (ver fotos), tomando 100 rehenes, entre ellos personal diplomático, militar y de inteligencia.
El mensaje al presidente Carter era claro: los rehenes serían liberados solamente cuando Estados Unidos detuviera al sha y lo extraditara a Irán, donde se le acusaba de serios crímenes: represión y brutalidad contra sus enemigos y corrupción.

Para el presidente Carter se trataba de una situación complicada. Complacer a los estudiantes iraníes significaba resolver el problema de los rehenes, pero también traicionar a uno de los más viejos aliados de occidente en la complicada región del Medio Oriente, con la consiguiente pérdida de credibilidad en sus gestiones diplomáticas internacionales.
Enviarlo de regreso a México, como deseaba el sha, no era posible, pues el gobierno de José López Portillo se negaba a aceptarlo de vuelta.
A Carter no se le ocurrió otra cosa que despachar a Panamá al jefe de personal de la Casa Blanca, Hamilton Jordan, a conversar con el general Omar Torrijos.
ENTRA TORRIJOS
Jordan era un hombre alegre y buen bebedor, cualidades que le habían abierto las puertas a una cálida relación con el general panameño durante el largo periodo de debates de los tratados Torrijos-Carter en el Senado, en 1978.
A mediados de diciembre de 1979, Jordan hizo dos viajes a Panamá y, en medio de tragos y chistes, convenció al general Torrijos de tomar «la papa caliente» que era el sha. Irónicamente, para entonces, el general supuestamente se había retirado de la política y cedido el poder al presidente Aristides Royo (1978-1982). Se le citaba, diciendo, en son de broma, que se la pasaba “leyendo novelas de Corín Tellado y viendo telenovelas venezolanos”. El hecho es que Carter acudió directamente a él y no al presidente Royo.
LLEGADA A PANAMÁ
El sha fue alojado en la paradisíaca isla de Contadora, a 20 minutos en avión de la ciudad de Panamá, un lugar que reunía las mayores facilidades para su seguridad. Allí llegó el 15 de diciembre, sonriendo al grupo de turistas que se encontraba en el rústico aeropuerto. Chocó las manos con varios de ellos antes de tomar un bus y dirigirse hacia el cercano Hotel Contadora
All tomó una suite y almorzó por dos horas con 15 estadounidenses y funcionarios panameños, incluyendo el embajador de Estados Unidos en Panamá, Ambler Moss.
Más tarde, se dirigió con su esposa Farah, sus cuatro hijos, su hermana melliza y su séquito de empleados de confianza a la residencia del desarrollador de la isla y ex embajador de Panamá en Estados Unidos, Gabriel Lewis Galindo, una de las mejores entre las no más de 80 casas de recreo que había en la isla entonces.
Sin los lujos y extravagancias asociados al llamado “Trono del Pavo Real”, Contadora le ofrecía al sha playas desiertas de arenas blancas y aguas transparentes, y las amenidades de un hotel de 4 estrellas, con dos restaurantes, dos bares, cancha de golf y de tenis y un casino con espectáculos en vivo. Sobre todo, una relativa privacidad.


Allí recibió la visita del presidente Royo, del general Torrijos y de otros dignatarios del gobierno, así como de varios destacados periodistas internacionales, entre ellos el australiano David Frost.


Quienes acudieron a la isla en aquella época recuerdan a Mohamed Reza Pahlevi caminando por las pocas calles pavimentadas de la isla, más derecho que un palo –una postura aprendida en el internado suizo y la Escuela Militar de Teherán a donde había estudiado–, acompañado por su perro gran danés, y seguido de ocho guardaespaldas y dos automóviles Datsun.
Su hermana melliza era vista a menudo en el casino del Hotel Contadora, entonces en pleno apogeo, llamando la atención por el enorme diamante que lucía en la frente.
“En Contadora, el sha se convirtió en una especie de celebridad. Sonreía a los que se quedaban viéndolo atónitos, y los saludaba con la mano. Frecuentemente cenaba en los restaurantes del hotel”, escribió un periodista de la agencia AP que visitó la isla en la época.
Durante su estadía, al apacible y despreocupado transcurrir de la isla se impuso la presencia de guardias fuertemente armados y con walkie talkies que custodiaban la residencia y los caminos circundantes y velaban por su privacidad, confiscando las cámara de quienes osaran tomar una fotografía al sha o a la zona donde se alojaba. Cerca de la casa de Lewis Galindo descansaba un helicóptero con el piloto adentro, listo para cualquier emergencia. Por mar, el perímetro de la isla estaba custodiado por buzos.
Supuestamente, durante su estadía en Contadora, una de las grandes alegrías que recibió el sha fue una carta de su exesposa la princesa Soraya, quien le decía que todavía lo amaba y deseaba verlo una vez más (Abbas Millan, The Shah, McMillan, Londres, 2011).
Llegan los problemas
Mientras que aparentemente el sha permanecía tranquilo en la isla, del otro lado del golfo de Panamá el ambiente se enredaba. Los opositores del régimen iniciaron una serie de manifestaciones para protestar contra su presencia en el país.
Los cables internacionales reportaban cómo los estudiantes de escuela secundaria, uniformados, arrojaban piedras contra la Embajada de Estados Unidos, entonces situada en la avenida Balboa y rasgaban la bandera estadounidense y hacían marchas en la ciudad portando letreros que exigían «sáquenlo de aquí».
El cuarto día de protestas, 19 de diciembre, un grupo de estudiantes de la Universidad de Panamá, liderado por el abogado y catedrático Miguel Antonio Bernal, convocó a una manifestación de protesta frente a la iglesia de Don Bosco. Como muchos ciudadanos, el grupo se oponía a que Panamá diera asilo a una figura tan controversial, asociada al despilfarro y la inconsciencia y a una represión brutal de opositores.
El grupo de Bernal apenas se congregaba cuando aparecieron policías de la Guardia Nacional, funcionarios de inteligencia y un grupo de varilleros, que lanzaron una ofensiva de manguerazos, patadas y toletazos, especialmente contra Miguel Antonio Bernal, quien recibió una golpiza en la cabeza que lo dejó hospitalizado, con hemorragias internas y fracturas.
La golpiza fue tan brutal que los noticieros de televisión, normalmente censurados, transmitieron un video de la escena en su noticiero. La ciudadanía quedó horrorizada y el comentarista Mario Velásquez, quien siempre defendía a Torrijos, pidió al gobierno que corrigiera su ación, llamando al shah “un tirano fugitivo, corrupto y violador de los derechos humanos
Mientras tanto, el Gobierno iraní despachaba a Panamá a un embajador con una petición de extradición de 450 páginas para el sha y su esposa (Abbas Millan).
Un corresponsal extranjero anunció que los oficiales panameños e iraníes había llegado a un acuerdo secreto, pero el gobierno del presidente Royo insistió en que la familia imperial estaba solo bajo “vigilancia protectiva”.
Empeora la salud del sha
En marzo del año 1980, el sha sufrió una recaída. El bazo se le inflamaba de forma alarmante. Ante la imposibilidad de ser atendido nuevamente en Estados Unidos, fue internado en el Centro Médico Paitilla. Allí se presentó un equipo médico de Houston, Texas, encabezado por el doctor Michael Debakey, que recomendó una intervención quirúrgica urgente. Sin embargo, los médicos extranjeros no tenían licencia para practicar la medicina en Panamá. Cualquier intervención tendría que ser realizada por médicos panameños.
De acuerdo con reportes de los diarios de la época, el doctor Gaspar García de Paredes, del equipo de cirujanos de Paitilla, reconoció públicamente en un almuerzo del Club Rotario que las discusiones entre los médicos panameños y los estadounidenses se hicieron extremadamente tirantes, debido a que estos últimos se reservaban el derecho de realizar la operación y despreciaban al centro médico y su equipo profesional que consideraban “inadecuado”.
En su libro sobre el sha, el historiador iraní estadounidense Abbas asegura que el ex emperador Pahlevi se sentía como un prisionero en el hospital Paitilla y había dejado de confiar en el Gobierno panameño. Él y la emperatriz estaban paranoicos con respecto al gobierno panameño. Supuestamente, a ellos habían trascendido los comentarios del general Torrijos, quien lo había descrito como “el hombre más triste que hubiera conocido” y un dictador acabado («un chupón», dice la reseña de Wikipedia).
Pahlevi tampoco estaba muy contento con los cargos que le hacía el Gobierno panameño, que le cobraba $21 mil mensuales, por los gastos de hospedaje, los salarios y alimentación de los guardias asignados a su protección.
El 20 marzo, el presidente de Egipto Anwar El Sadat extendió una invitación al shah para que se fuera con su familia a Egipto, pero gobierno de Estados Unidos no le gustó. Temía que ello enfureciera a los iraníes y que la presencia del Shah en Egipto debilitara la paz social de ese país y extendiera el malestar en el Medio Oriente
La Casa Blanca envió a Jorden y otros negociadores a Panama apuradamente, para tratar de convencer al shah de no irse a Egipto (el 21 de marzo), a la vez que presionaban a Sadat para que retirara la invitación. Sadat se negó.
Para entonces, el shah no querìa saber nada de los gringos. No quería volver a Estados Unidos ni para servicios médicos. Quería irse a Egipto.
El domingo 23 de marzo, un avió enviado por Anwar Sadat llegó a Panama para recoger al shah.
En la noche, el general Torrijos llama a los americanos: los iraníes se habían comunicado para decirle que si lograban que el avión del shah fuera tomado en las Azores, donde pararía para recargar combustible, y devuelto a Panamá, los rehenes serían liberados.
Decidieron no confiar en los iraníes
Seis días después fue operado en un hospital militar de El Cairo por el equipo de Debakey para removerle el bazo. En julio de ese año, moría en el mismo centro médico.
Mientras tanto, Panamá seguía con sus problemas, a los que se añadían escándalos de corrupción como Cofina, Van Dam, el millonario desfalco de la Caja de Seguro Social, y el creciente descontento de los panameños con el régimen militar.
