El libro escrito por el controvertido Richard Marsh y publicado en 1934 narra las aventuras de este estadounidense ligado a la Revolución Dule en las selvas de Darién
En el verano de 1924, R.O. Marsh se embarcaba desde Nueva York con rumbo a Panamá. Su vasto equipaje incluía varias decenas de baúles, entre los que destacaba una enorme pieza, difícil de mover. Al ponerla en la báscula, el agente del barco le informó que pesaba 370 libras y que debía pagar una cuota extra por ella.
Marsh no regateó ni protestó. Aquel baúl cargado de machetes, hachas, cuchillos de caza, armas, perlas y abalorios, espejos, telas de colores llamativos y especialmente doradas, sería la clave para el éxito de la misión que estaba a punto de emprender.
Con él pretendía abrirse paso en las selvas darienitas y concretar su último objetivo: encontrar la mítica raza de “indios blancos”.
Hasta ese momento, los llamados “indios blancos” eran considerados leyendas promovidas por gentes supersticiosas e ignorantes. Toda persona que sostenía haberlos visto era convertido rápidamente en hazmerreír.
Pero Marsh sabía que eran más que un mito. Él los había visto.
La historia del paso de Richard Oglesby Marsh por los territorios darienitas y de San Blas está documentada en el libro White Indians of Darien, publicado en 1934 por GP Putnam Sons.
El libro cuenta cómo Marsh y su grupo de exploradores logran ganar la confianza de los indígenas, hasta terminar involucrándose con el Nele Kantule y el cacique Colman en la revolución de 1925 y ser finalmente expulsado del país por el gobierno de Rodolfo Chiari.
Quién era Richard Marsh
La figura de Marsh ha sido expuesta en los libros de historia panameños como la de un excéntrico, loco y soñador, mitómano, pero su libro Los indios blancos de Darién (se puede descargar gratuitamente en http://www.archive.org) revela otra cosa.https://tpc.googlesyndication.com/safeframe/1-0-37/html/container.html
Se trataba de un hombre educado y de buenas maneras, sensible y refinado, con importantes contactos en el mundo de los negocios y la política.
Era un explorador profesional que había estado en los lugares más recónditos del mundo –el norte de China y Mongolia, las montañas de Filipinas, los Andes– buscando oportunidades de negocio para varios intereses comerciales.
En Panamá había estado a cargo de la embajada americana y durante este periodo logró desarrollar una relación personal con el presidente Belisario Porras.
“Mientras estuve a cargo de la legación americana en Panamá, yo fui directamente responsable de establecer las condiciones que hicieron posible su elección durante dos periodos presidenciales. Por eso, siempre me mostró un honesto y sincero agradecimiento. Solo lamento que no se hubiera mantenido en este puesto por el resto de su vida”.
De su sucesor, Rodolfo Chiari, decía lo siguiente: “Mi amigo el presidente Porras había sido sucedido por Rodolfo Chiari, tío del doctor Raúl Brin, quien había iniciado la expedición conmigo y fallecido a su regreso a Panamá. Chiari era conocido como “el candidato de las deudas”. Le debía a los bancos locales y a los intereses financieros tanto dinero que la única esperanza de estos de recuperar las deudas era elegirlo presidente”.
Según se desprende de la lectura de White Indians, Marsh era un hombre dotado especialmente para lidiar con la complejidad humana, lo que le había permitido abrirse paso en los ambientes más competitivos del mundo, ya fueran los altos círculos políticos y económicos de Washington y Nueva York, o las selvas más impenetrables. Tenía una intuición extraordinaria que le hacía deducir el momento preciso para recurrir a los halagos, celebrar y ceder; pero también el de presionar o hasta de insultar y amenazar.
Marsh también se revela como un romántico, apasionado, que veneraba a los indios, especialmente a los cunas (“atractivamente libres y orgullosos, muy superiores a los chocoes”, decía), pero quien no desaprovecha la ocasión para criticar a los negros darienitas a quienes consideraba “semiesclavos”, degenerados y salvajes.
Descubrimiento de los indios blancos
El interés de Marsh por los indios blancos de Darién se había originado en el año 1923, durante una expedición pagada por las compañías Firestone y Ford con el fin de buscar oportunidades para hacer plantaciones de caucho, un producto necesario para expandir la industria automotriz y que estaba siendo acaparado por Inglaterra y Brasil.
El momento que cambiaría su vida ocurrió cuando se encontraba cerca de Yavisa, al ver pasar a unas muchachas indígenas de piel blanca.
“Rápida y graciosamente ellas cruzaron el espacio abierto y desaparecieron en la selva. Eran indias blancas, algo que ningún explorador respetable se atreve a creer”.
Marsh siguió a las muchachas y tuvo la oportunidad de conversar con ellas. A partir de ese momento, el caucho perdió todo interés y su obsesión fue mostrar al mundo académico estadounidense su hallazgo.
Estaba convencido de que las chicas no eran albinas.
“Sus largos cabellos caían sueltos sobre los hombros y eran de color dorado brillante”. Más parecían, decía, “saludables noruegas, que monstruosidades biológicas”.
Motivado por esta experiencia, Marsh volvió a Estados Unidos y encontró financiamiento para su expedición. Un amigo personal “proveyó amplios fondos para la nueva aventura”.
También logró la colaboración de la Universidad de Rochester, The American Museum of Natural History of New York, and The Smithsonian Institution de Washington, D. C . Estas instituciones proporcionaron a varios especialistas para la expedición, entre ellos un antropólogo y etnólogo, un ictiólogo, un geólogo, un botánico y un fotógrafo.
“Su amigo”, el presidente Porras, le dio los permisos necesarios y recibió apoyo de las autoridades del Departamento de Guerra en la Zona del Canal, quienes le proveyeron de tiendas de campaña, una cocina militar transportable, un radio, y otras cosas útiles.
El libro de Marsh
Aunque con pasajes de poco interés, la lectura del libro White Indians resulta fascinante. Describe a Darién como un territorio desconocido, misterioso, cuyos mapas eran del todo inútiles por incorrectos y falsos.
Era un sitio en el que convivían, entre la mayor desconfianza, indios y negros, y uno que otro personaje que huía de la civilización: renegados, criminales… espías alemanes que mantenían una base militar en medio de la selva.
Las poblaciones indígenas estaban aquejadas de enfermedades como la tuberculosis y la malaria, y carecían de medicamentos, pero rechazaban la ayuda del Gobierno panameño. No querían vacunas, no querían maestros ni escuelas, no requerían religión católica.
Paradójicamente, su disposición hacia los estadounidenses era mucho más positiva. Admiraban la hazaña de la construcción del Canal y sí estaban dispuestos a dejarse aconsejar o educar por esta cultura.
Las relaciones con los panameños estaban irremediablemente rotas por razones históricas. Los indios se esmeraban en pasar de generación en generación las experiencias de sus antepasados con los conquistadores españoles, cuya arrogancia y belicosidad los obligó a dejar los terrenos más ventajosos y encontrar refugio en sitios impenetrables.
Más recientemente, durante el gobierno de Porras se habían dado otro roces. El nombramiento del malévolo intendente de San Blas de apellido Mojica había sido funesta. Marsh se ensaña contra él, describiéndolo como “típico de la clase media panameña”: negroide, ignorante, malvado.
También había otros asuntos. La concesión de permisos de exploración en su territorio, y con ellos, la llegada de “negros que abusaban de sus mujeres”.
En ese ambiente, el plan de Marsh resultaba maquiavélico: “Mi plan de acción estaba enteramente basado en ganar la amistad de los indios con bondad, generosidad, trato justo y absoluta justicia”.
Su experiencia le había enseñado que los indios ponían especial importancia a la pureza genética y detestaban el abuso de sus mujeres, por lo que les aseguró que “cada hombre de su grupo, blanco o negro, entendía que no se podía maltratar a ninguna mujer o niño; y que cualquiera de ellos que lo hiciera, recibiría de inmediato un disparo en el punto”.
El Valle del Chucunaque
Marsh describe el Valle del Chucunaque como “uno de los más hermosos sitios del mundo, especialmente para mí, uno de los pocos hombres blancos que lo han visto”.
Menciona los “árboles costeros cargados de aves cantoras y tropas de diferentes especies de monos que los acosaban desde los bancos del río”.
“Era mi valle. Ya me sentía posesivo hacia él y hacia su gente, cuya existencia había deducido a la distancia”.
Marsh estaba convencido de que Darién había sido el asiento de una antigua civilización bastante desarrollada, destruida tiempo antes de la llegada de los españoles y cuyos remanentes se mantenían preservados entre las tribus Tules.
El fonógrafo
“Después de mis experiencias en Darién, nunca me atrevería a incursionar en un territorio indio sin un fonógrafo. Vez tras vez, nos encontrábamos con indios poco amistosos e incluso amenazantes. Nosotros hacíamos el gesto de ignorarlos completamente y hacer sonar nuestros discos. La atención de los indios inmediatamente pasaba a la caja de música. Su hostilidad cesaba y era reemplazada por la curiosidad. Gradualmente, se iban acercando al instrumento discutiendo entre ellos y finalmente terminaban rodeándolo, tocándolo y sintiéndolo”.
Para Marsh era de interés observar que tanto los chocoe como los tules preferían las grandes óperas y las marchas de John Philip Sousa, mientras que el jazz parecía más bien confundirlos.
“La vitriola, los fuegos artificiales, los motores fuera de borda y la dinamita son instrumentos esenciales sin los cuales nunca se habría podido entrar a Darién”, dice en un momento.
Después de varios meses abriéndose paso a través de las selvas darienitas, la expedición del estadounidense Richard Marsh (1924) había alcanzado importantes logros (ver entrega anterior “La leyenda de los indios blancos de Darién”, 22 de mayo de 2020).

En el testimonio proporcionado en el libro White Indians of Darien, March enumera los éxitos alcanzados: “habían penetrado territorio inexplorado y establecido contacto con grupos indígenas desconocidos”; “habían elaborado el primer mapa del Chucunaque al norte de Yavisa”… “recolectado gran cantidad de material antropológico” y especímenes, incluso habían descubierto una nueva especie de rana blanca, un hallazgo científico “de primera importancia”.
Lo que no habían logrado Marsh y su grupo de exploradores y científicos era concretar el principal objetivo del viaje: encontrar y documentar la existencia de la mítica raza de “indios blancos”.
La historia de las aventuras de R.O. Marsh en las selvas panameñas está recogida en el mencionado libro (publicado por GP Putnam Brothers en 1934 y cuya versión en formato pdf se puede descargar gratuitamente en http://www.archive.org).
A pesar de los intentos de Marsh por ofrecer en esta obra su “mejor cara”, quedan de manifiesto en ella sus prejuicios eurocéntricos sobre la pureza racial, su mentalidad imperialista, desprecio por los latinos, negros y mestizos, y sus propios delirios de grandeza (“narcisismo maligno”, opina un lector que nos escribió tras la publicación de la entrega anterior). Aunque presenta una visión subjetiva, la lectura del libro resulta un fascinante relato de aventuras sobre un encuentro de culturas y una visión sobre los dilemas que experimentaban los grupos aborígenes en el interior de Darién, los mismos que se pondrían en evidencia en el mundo exterior con la llamada Revolución Tule de 1925.
La leyenda de los indios blancos de Darién
A principios del siglo XX era común escuchar en toda América Latina relatos sobre los “indios blancos”. El mismo Marsh la había escuchado varias veces en sus viajes por el continente, considerándolos solo leyendas. Cambió de opinión tras un encuentro fortuito con dos muchachas indias de cabellos dorados y piel blanca en las cercanías de Yavisa, y desde ese momento se obsesionó con probar su existencia al mundo.
Un año después de aquel encuentro, y tras seis meses del inicio de su segunda expedición, no había podido reunir las pruebas.
Vez tras vez, al preguntar a sus nuevos amigos indígenas, estos se mostraban esquivos. Los supuestos “indios blancos”, le decían, eran los “Magic Wallas, una raza de hombres fuertes de cabello amarillo y poderes mágicos”, que vivían en un lugar recóndito del valle del Chucunaque, en un territorio prohibido para quienes no fueran “wallas”.
Los gunas, una cultura en peligro
Sin saberlo, Marsh se encontró más cerca de sus indios blancos al convivir, en las costas de San Blas, con los gunas, una nación que llegó a admirar profundamente.
“Me había sentido encantado desde el inicio con los chocós, a quienes veía como a niños simpáticos. No fue sino hasta que pasé algún tiempo en las costas de San Blas que me di cuenta de cuán infinitamente superiores eran los gunas… Dignos, amistosos, hospitalarios, alegres… Su organización social era estable y altamente desarrollada… Su cultura, preservada desde tiempos inmemoriales, era algo demasiado precioso para abandonarla a los intereses comerciales estadounidenses o a los negros de Panamá”, sostenía el explorador.
Como rápidamente observó Marsh, los gunas enfrentaban un eminente peligro. El lo había visto en sus viajes en muchas partes del mundo: la civilización penetraba las selvas y arrinconaba a las gentes autóctonas, privándolas de su libertad y de su cultura.
En Panamá, el gobierno del presidente Porras había intentado “civilizar a los salvajes” darienitas y sanblasinos, llevándoles escuelas, catecismo, medicinas; aprobando concesiones para la exploración minera; la creación de plantaciones; instalando en el corazón de su territorio cuerpos policiales cuyos oficiales los maltrataban y se divertían con las mujeres.
Marsh dudaba de las buenas intenciones del Gobierno panameño, en especial de Rodolfo Chiari, cuya “Campaña de cristianización y civilización de Darién” suponía “un intento por tomar control de las tierras indígenas, donde había más riquezas para saquear que en ninguna otra porción de la república de Panamá”.
El primer hombre blanco en el Congreso Tule
Con su carisma y la fama cultivada entre los chocós y los gunas de la montaña, Marsh ganó la amistad de los jefes gunas de San Blas (Ina Pagina, Nele Kantule y Simral Colman), logrando ingresar a un recinto que ningún hombre blanco había penetrado antes: el Congreso guna, reunión de los jefes comunitarios para discutir problemas y tomar decisiones.
“Fue una reunión impresionante. La solemnidad, tragedia y dignidad de los viejos jefes era fascinante. Ellos sabían que su nación estaba en crisis y escucharon atentamente mi visión de la realidad a través de un intérprete”.
En su intervención ante los jefes, Marsh les explicaría que tras la construcción del Canal, el mundo se había acercado demasiado, y el aislamiento que habían elegido vivir no era sostenible. Su hogar estaba ahora a pocas millas de distancia de una de las más importantes rutas de comercio del mundo. Sus tierras eran buenas y gran parte de ellas no estaban siendo utilizadas. No tenían derechos legales sobre ellas.
La única manera como podían evitar ser aplastados por la civilización blanca y sus aliados negros era aprender por ellos mismos los secretos de esa civilización, les advirtió.
Los gunas debían adoptar sus métodos sanitarios y médicos para evitar enfermedades como la viruela y la tuberculosis. Tendrían que enviar a sus hijos a la escuela. “Tendrían que aprender los trucos del hombre blanco o ellos terminarían por acabarlos”.
Para Marsh, lo que los gunas necesitaban era un vocero que presentara sus intereses ante el Gobierno estadounidense. Y para eso estaba él allí: “Les expliqué lo que me había llevado a Darién, el primer encuentro con las indias blancas de Yavisa y el ferviente deseo de los científicos de Estados Unidos por saber más acerca de ellos. Todavía esperaba encontrarlos, a pesar de que los hombres que me acompañaban estaban demasiado enfermos para penetrar las selvas donde supuestamente vivían”.
“Les expliqué que nada levantaría más la simpatía de los poderosos americanos que el saber que algunos de los darienitas tenían la piel blanca como ellos”.
“Finalmente les expliqué cuánto deseaba llevar algunos de los indios blancos conmigo a Estados Unidos. Ellos ayudarían a establecer mejores relaciones entre los indios y el hombre blanco”.
“Yo pediría que su territorio fuera separado como una reserva inviolable donde ningún panameño o corporación estadounidense pudiera explotarlo”.
“Había sido un gran discurso y tomó tiempo traducirlo al lenguaje indígena. Los jefes asentían gravemente y se reservaron su opinión. Finalmente, Ina Pagina me agradeció y me dijo que hablarían de mi propuesta entre ellos y me darían su respuesta pronto”.
‘El encuentro’
“Y ahora tan pronto me gané la confianza de los indios y les convencí de que les conseguiría un trato justo en Panamá y Washington, los tules me ofrecieron lo que yo buscaba como si fuera lo más ordinario del mundo”.
“Llegué a Portogandí a las 2:00 de la tarde. De inmediato me di cuenta de que era el más interesante poblado indígena que había visto. Tenía tal vez unos 650 habitantes y al menos 300 casas levantadas en una isla a media milla de tierra firme. La apariencia era pintoresca. Mientras nos acercábamos, un gran número de canoas con hombres y mujeres nos salieron al paso y nos rodearon”.
“Un muchacho de 14 años fue llevado a nuestro bote. Su presencia era extraña entre la de sus compatriotas de piel oscura. Su cabello era dorado. Su piel era tan blanca como la de un sueco. Sus ojos eran marrones, no azules o grises. Sus facciones eran decididamente diferentes a la del resto de los indios, más parecidas a los hombres nórdicos”.
Una explicación
“En los días siguientes, decenas de indios blancos bajaron de las montañas, navegaron los ríos y salieron de las islas más pequeñas de la costa para acudir al llamado del Nele”.
Había muchos interrogantes, sostiene Marsh. ¿Por qué se habían mantenido ocultos? ¿Cuál era su origen?.
“En Alligandí conocí una extraordinaria historia y explicación que una parte del mundo científico ha dudado, pero que yo en lo personal tengo razones para creer verdadera. La escuché de los labios de los mismos indios”.
“Antes de la llegada de los españoles había muchos indios blancos en la región (como anotaron los españoles en sus reportes). Pero después de que los españoles trataran tan mal a los indígenas y de que estos lograran sacarlos de tu territorio, los indígenas se volcaron contra la gente de su propio pueblo que tenía la piel blanca. Mataron a muchos de ellos y obligaron al resto a refugiarse en las montañas y las selvas. Estaban determinados a erradicar las caras blancas de su territorio”.
“Pero los niños blancos continuaron naciendo entre los indios de piel más oscura. La fuerza blanca estaba profundamente incrustada en la sangre india. Los padres amorosos escondieron a sus hijos en las montañas y selvas para protegerlos. Se pasaron leyes que les prohibían casarse, pero con matrimonio o sin matrimonio, los bebés blancos continuaron naciendo de madres de piel marrón. Las leyes de la naturaleza eran más fuertes que las leyes del hombre”.
“Esta era la situación cuando yo llegué a la costa de San Blas. Los indios de piel blanca eran despreciados y aislados. Eran forzados a vivir en lugares apartados donde ningún comerciante del mundo exterior pudiera verlos. Pero mi llegada y mi convicción de que al llevarlos a Washington se levantarían simpatías por la gente de San Blas, lo había cambiado todo”.
“Con alegría, supe que el jefe Nele, el poder supremo de su grupo, había anunciado que la segregación de los indios blancos había terminado. Ya no se les prohibiría casarse. Se les restaurarían todos los privilegios de la ciudadanía”.
“Y esta era la razón por la que habían llegado por montones a verme. Habían pasado de ser objetos de lástima y desgracia a ser vindicados y exaltados. Ellos eran el medio de interesar a la gran nación del norte en sus problemas y en su gente”.
“Gradualmente, empecé a darme cuenta de que había dado con uno de los descubrimientos etnológicos más extraordinarios de todos los tiempos. La magnitud de mi descubrimiento me hizo sentir abrumado. Pero no había otra realidad: aquí, en un lugar oscuro del mundo había encontrado una raza en proceso de mutación, un fenómeno nunca antes observado”, señalaba Marsh, esbozando la teoría que presentaría posteriormente en Washington y que los científicos demostrarían completamente falsa.
Eran ‘especímenes científicos’ ofrecidos a los científicos, que debatían, confundidos, el color de su piel – Tercera parte del resumen del libro ‘White Indians of Darién’, de Richard Marsh (GP Putnam Brothers en 1934, versión pdf en http://www.archive.org).
En junio de 1924, concluida su expedición de seis meses en las selvas darienitas, el aventurero estadounidense Richard Marsh se despedía temporalmente de sus amigos gunas para tomar una goleta rumbo a Colón.
Atrás quedaban largas caminatas por la selva; extenuantes jornadas de navegación por el río Chucunaque, miles de dólares repartidos en forma de obsequios y atenciones para los jefes indígenas… el recuerdo de compañeros fallecidos a causa de la malaria y otras enfermedades tropicales. (Ver “La leyenda de los indios blancos de Darién”, La Estrella de Panamá, 22 de mayo de 2020 y “Encuentro con los gunas, una cultura en peligro”, La Estrella de Panamá, 29 de mayo de 2020).
Para Marsh, los inconvenientes y sufrimientos se coronaban con una victoria. Regresaba a la civilización acompañado por un grupo de ocho indígenas, tres de ellos jóvenes tules menores de edad, de piel blanca y cabellos amarillos.
Ellos eran su pasaporte a la fama, la prueba que necesitaba; con ellos demostraría al mundo la veracidad de su reclamo sobre la existencia de los llamados “indios blancos” de Darién, considerados hasta ese momento en los círculos académicos y científicos como una leyenda.
En la ciudad de Panamá y la Zona del Canal, muchos de los que antes se habían burlado de Marsh, calificándolo de mitómano y embustero, lo recibían con los brazos abiertos.
El gobernador de la Zona del Canal, Jay Johnson Morrow, ofrecería en su honor una recepción en el Edificio de la Administración del Canal. El presidente Belisario Porras lo recibiría en el Palacio de las Garzas.https://4c0dd05b5b621db37e7f4962d1590a86.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-37/html/container.html
Los tres niños blancos
Margarita tenía 16 años y le decían Mimi; medía 5 pies y 2 pulgadas y pesaba 132 libras. Olo-ni-pi-guina, tenía 14 años y más o menos su misma estatura. El más pequeño, Chepu, solo tenía 10 años. Los tres fueron acicalados para el viaje.
A Margarita, un peluquero colonense le hizo un “bob”, corte de pelo de moda; le enseñaron cómo empolvarse la nariz y otros secretos de las mujeres urbanas; le obsequiaron un baúl cargado de ropas lindas, vestidos de organza y encaje, sombreros, medias, zapatos.
Olo-ni-pi-guina y Chepu recibirían el equivalente: pantalones, camisas, medias, ropas iguales a las que vestiría un joven estadounidense de clase media alta. Cuando se vieron en el espejo, vestidos con estas ropas, no pudieron evitar soltar una carcajada.
Probablemente ansiosos, pero protegidos por los cinco indígenas de mayor edad y por Marsh, abordaron en Colón el buque Calamapes con destino a Nueva York.
Al entrar en Manhattan, las autoridades migratorias objetaron su ingreso al territorio estadounidense. Eran “especímenes científicos”, decían los oficiales, pero la ley no permitía “importar” a seres humanos.
Marsh tendría que hacer un depósito de 5 mil dólares por cada uno de los indígenas, con la promesa de que saldrían del país en tres meses.
Titulares
Hospedados en el Waldorf Astoria y objeto de agasajos, banquetes y recepciones, los “indios blancos” llenarían durante esta primera etapa de su viaje los titulares de los diarios.
Eran como “peces de colores expuestos en una pecera, un germen bajo un microscopio, diseccionados por barbudos científicos y miembros de organizaciones del gobierno”, decía un artículo publicado en un diario de la ciudad con fecha 21 de julio.
Los tres muchachos “parecían ajenos a lo que pasaba a su alrededor”. Los edificios, monumentos, las multitudes, no llamaban su atención. “No hablaban entre ellos, no hablaban con sus anfitriones, solo seguían instrucciones”.
Solo en una ocasión Margarita pareció conmoverse con el tumulto surgido a su alrededor.
“Vestida con su traje de organza blanca con cintas azules, medias de seda negra, zapatos negros, y sombrero Panamá, se asustó cuando el flash de una cámara se encendió muy cerca de ella. Por un momento, las lágrimas rodaron por sus mejillas, pero de inmediato recuperó la compostura, sacó el espejo del bolsillo, y se empolvó la nariz como si hubiera vivido en Nueva York toda su vida”, decía el mismo artículo.
La “batalla de los científicos”
En Estados Unidos, los “indios blancos” panameños eran objeto de discusiones y debates. ¿Qué misterio de la naturaleza había provocado el nacimiento de niños blancos entre gentes de piel color marrón? ¿Eran producto de un gen recesivo, resultado de la mezcla interracial de sus ancestros con gentes de raza blanca? ¿Era el resultado de una mutación genética, el mismo fenómeno que había tenido lugar en el norte de Europa en la era paleolítica?

Agotada la agenda neoyorkina, Marsh y su grupo se trasladaron a la casa de campo de su propiedad para iniciar una jornada de estudio con reputados científicos.
El etnólogo del Instituto Smithsonian, John Peabody Harrington, y el Dr. William Gates, de Tulane University, una reconocida autoridad en cultura maya, se alojarían en la misma casa para tomar notas para las investigaciones.
Ocasionalmente, recibían visitas de representantes de instituciones como el American Museum of Natural History, de la Universidad de Columbia, Harvard, el Instituto Johns Hopkins, el Carnegie Institution, el New Jersey State College, the National Geographic Society y la Asociación para el Avance de la Ciencia.
Eran científicos de primera línea, pero las limitaciones de la época los hacía sostener posiciones que hoy parecen descabelladas.
Algunos apoyaban las teorías de Marsh, quien se adscribía a la idea de que, con su cabello amarillo, ojos color marrón y excelente salud, tanto mental como física, “sus indios blancos” constituían el nacimiento de una nueva raza, producto de una mutación.
Era el mismo fenómeno ocurrido entre los grupos del norte de Europa durante la Era Paleolítica.
Los estudios linguísticos iban en la misma dirección: “Los antropólogos pueden decirte lo que quieran, Marsh, pero ciertamente el lenguaje guna proviene de los antiguos noruegos”, supuestamente le habría dicho el etnólogo del Smithsonian Institute, John Harrington, a Marsh.
De acuerdo con el testimonio ofrecido en el libro White Indians of Darién, Harrington había logrado identificar en la lengua guna más de 60 palabras provenientes del lenguaje noruego.
Washington
Acabada la estadía en Canadá, Marsh rentó una vivienda en la elegante zona de Chevy Chase, en las afueras de la ciudad de Washington.
Cuando el explorador sufrió una recaída de la malaria contraída en Panamá, Mimi, Olo y Chepu iniciaron la parte más agradable de su viaje. Más acostumbrados a la vida en Estados Unidos, se dedicaron a “atender almuerzos, tés y funciones sociales” con todo éxito.
“Con su innata cultura y dignidad, y rápida percepción, se habían adaptado a las maneras civilizadas y mostraban un sentido de propiedad y confianza que sorprendió y tal vez desilusionó” a sus anfitriones, señala Marsh en su libro.
Para diciembre ya el anfitrión se había recuperado y un comité de científicos había emitido su reporte de conclusiones. No se pronunciaban con respecto al color de la piel, pero sostenían que “los indios blancos representaban un importante tema de estudio”.
El comité recomendaba “nombrar un grupo de científicos para que viajara a Darién e hiciera un estudio detallado del caso en el ambiente natural de los indígenas”.
Con esta declaración, Marsh dio inicio al último punto de la agenda cuidadosamente preparada y la razón de su estadía en la capital estadounidense.
Apoyo para la revolución Tule
Era el momento de denunciar el peligro que corrían los indígenas gunas de San Blas y pedir a las autoridades científicas y al Gobierno estadounidense su apoyo.
Con el respaldo de numerosas asociaciones interesadas en el destino de los tules, Marsh solicitaba que el gobierno de Calvin Coolidge promoviera la creación de una comarca para los gunas, que asegurara la preservación de sus costumbres y cultura, y les permitiera permanecer libres de la interferencia de los intentos de “civilizarlos” del Gobierno panameño.
En el Club Cosmos, de Washington, Marsh se reunió por última vez con los científicos y funcionarios del Gobierno para “planear formas de proteger a la gente tule”.
“Fue un encuentro cargado de intensidad. Estaban los representantes del Departamento de Estado, de Guerra, de Comercio, de Agricultura, del Interior, representantes de centros científicos de Nueva York y Washington” … “Les dije que mi intención no era hablar sobre cómo salvar a los tule, sino salvarlos…”.
La conclusión de los presentes fue que “Los tules debían pelear por sus derechos. En ninguna parte del mundo se hacía justicia a la gente que no peleaba por sus derechos”.
“Si los tules se rebelan, en virtud del tratado Hay Bunau Varilla, el Gobierno de Estados Unidos estará obligado a intervenir y esta intervención deberá estar a favor de los indios y no contra ellos”, señalarían.
Así hacía Marsh un balance de su viaje: “Había alertado a hombres influyentes del Gobierno estadounidense sobre la necesidad de los indígenas y había levantado la simpatía hacia ellos. Después de aquella reunión (en el Club Cosmos), supe que mi propósito en Washington se había cumplido”.